Borges en Salta
02/12/2016. Análisis y Reflexiones > Análisis sobre Educación
Conferencia pronunciada por el Dr. Abel Cornejo en el marco del encuentro "Literatura y Derecho - Homenaje a Jorge Luis Borges", organizado por la Asociación de Jueces del Poder Judicial de Salta.
Era el otoño de 1964 cuando Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo o simplemente Jorge Luis Borges acompañado de María Esther Vázquez llegó de visita a Salta, merced a la gestión del escritor salteño radicado en Buenos Aires, a la sazón director de la Biblioteca Nacional, José Edmundo Clemente. Hacía poco que Borges había regresado al país luego de permanecer casi dos años en EEUU. Allí había dado charlas y conferencias sobre José Hernández y Leopoldo Lugones en la Universidad de Austin, Texas. En Salta fue agasajado por Guillermo Velarde Mors en su vieja casa de Pueyrredón 106, actual museo, en donde José Juan Botelli tocó el piano y el escritor porteño recitó algunas milongas. No debemos olvidar que muchos años más tarde, María Esther Vázquez publicó una biografía titulada: “Borges, esplendor y derrota”, en la colección Andanzas de Editorial Tusquets, cuya lectura es altamente recomendable en donde se refiere especialmente a esta época en la vida del autor.
También dio una conferencia por Radio Nacional en aquel momento dirigida por Raúl Aráoz Anzoátegui. El año de 1964 fue fructífero para el perínclito escritor argentino, pues escribió el libro de poemas: El otro, el mismo. Uno de sus predilectos. Allí se puede leer El Golem, el poema dedicado a Rafael Cansinos Assens, Everness, el Poema conjetural, entre otros. En el prólogo dice el autor: de los muchos libros de versos que mi resignación, mi descuido y a veces mi pasión fueron borroneando, El otro, el mismo es el que prefiero. Ahí están el Otro poema de los dones, el Poema conjetural, Una rosa y Milton y Junín, que si mi parcialidad no me engaña, no me deshonran. Ese año particularmente motivador, en que el Perú lo distinguió con la Orden del Sol, lo llevó a escribir el poema 1964, cuyos versos dicen:
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
Ni los lentos jardines. Ya no hay una
Luna que no sea espejo del pasado,
Cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós a las mutuas manos y las sienes
Que acercaba el amor. Hoy solo tienes
La fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
Sino lo que no tiene y no ha tenido
Nunca, pero no basta ser valiente
Para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
Y te puede matar una guitarra
Quienes recuerdan la tertulia en lo de “Pajarito“ Velarde cuentan que, en aquella oportunidad Borges, en su erudita conversación no esquivó referirse a los filósofos y literatos que de algún modo influyeron en su obra. Así rememoró la influencia que tuvo en su formación el mencionado Cansinos Assens, a quien se lo considera el fundador del movimiento ultraísta, introductor de la metáfora y superador del modernismo. Como también al filósofo irlandés George Berkeley que fue quien desarrolló la filosofía conocida como idealismo subjetivo o inmaterialismo, dado que negaba la realidad de las abstracciones como la materia extensa.
Recordó que en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, escrito alrededor de 1940, se imaginó un mundo (Tlön) en donde el idealismo filosófico del siglo XVII de Berkeley propende a que todas las cualidades dependan enteramente de la percepción sensible. El principio de la equivalencia entre el percibir y el ser percibido resulta así, de una análisis de la sensación: por ser lo externo fundamentalmente la idea que es percibida, la distinción entre lo imaginario y lo real, para Berkeley, es la distinta vivacidad de las ideas y, sobre todo, en el derecho en que las ideas que componen la naturaleza se manifiesta una regularidad independiente de la voluntad del espíritu perceptor. Berkeley rechaza toda abstracción y con ello todo intento de hipostasiar en realidades meros conceptos abstractos. Recordemos que hipostasiar es considerar algo como una realidad absoluta.
A través de la descripción de los lenguajes de Tlön, la historia juega con la cuestión epistemológica de cómo los lenguajes influencian a que los pensamientos sean posibles. También contiene varias metáforas de la forma en que las ideas fluyen sobre la realidad. Este último tema es explorado inteligentemente en el comienzo, mediante la descripción de objetos físicos que son llevados a la existencia por la fuerza o poder de la imaginación, pero luego este tema se vuelve más oscuro cuando la idea de Tlön comienza a atraer a la gente y dejan de poner atención a la realidad de la tierra.
Orbis Tertius, a su vez, es un conjunto de recopilaciones literarias creadas por una sociedad "secreta y benévola", que se propone crear un planeta. En el cuento es casi nula la mención de Orbis Tertius, porque su aparición en la historia tiene que ver con la paradoja temporal que Borges plantea en la mayoría de sus relatos. No está demás mencionar, entonces, que Orbis Tertius es una utopía soñada por algunos de los creadores de Tlön.
No olvidemos, en este sentido, que en El Golem, Borges se remonta a Crátilo, que es aquel célebre diálogo de Platón en donde Hermógenes le pide a Sócrates que intervenga en la discusión que mantiene con Crátilo sobre si el significado de las palabras viene dado de forma natural - como postula Crátilo - o si por el contrario es arbitrario y depende del hábito de los hablantes, como propone Hermógenes. Años más tarde, la primera estrofa de El Golem inspiró a Umberto Eco a formular el acertijo que debía develar uno de los laberintos que relata en “El Nombre de la Rosa”: “Si (como como el griego afirma en el Crátilo) El nombre es arquetipo de la cosa, En las letras de rosa está la rosa Y todo el Nilo en la palabra Nilo”. Además, puede verse que existe una conexión entre el significado de las palabras y las refutaciones sobre los conceptos generales abstractos de Berkeley, en su idealismo subjetivista. A esa misma conclusión llegará Sartre tiempo después, al escribir Las palabras.
Salta es un lugar de fe. Transida por atávicos sentimientos piadosos. Aquella noche, Borges introdujo en la conversación, su búsqueda permanente sobre la existencia de Dios y la comprensión de ese ser universal, omnipotente e infalible, a raíz de ello descubre en Berkeley una justificación, pues para el filósofo irlandés la realidad es un conjunto de ideas en cuya cima se halla Dios como espíritu productor y ordenador, como creador de esa regularidad que se nos aparece como una naturaleza distinta de él, pero que no es una manifestación suya, signo de su potencia. Por eso no hay posibilidad de conocer ninguna causa de los fenómenos, sino solamente a través de las leyes mediante las cuales se suceden.
Su preocupación por el tiempo, también fue objeto de la animada conversación. Recordemos que, primero en Elogio de la sombra, escrito en 1969 y luego en La moneda de hierro, en 1976, le dedica sendos poemas a Heráclito. En el primero es cuando afirma que:
“el río me arrebata y soy ese río:
De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.
Acaso el manantial está en mí.
Acaso de mi sombra surgen, fatales e ilusorios los días…”
Antes, cuando escribió las poesías que integran “El Hacedor”, Borges incursiona también en las temporalidades, las finitudes y las caducidades y en “El Ajedrez” esboza:
“Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra.
Cuyo anfiteatro es hoy la tierra.
Como el otro, este juego es infinito”.
En Heráclito de Éfeso Borges descubre la inmanencia y a través de ella indaga por la sustancia del tiempo, los días, su inmaterialidad y a la vez su eternidad. Como cuando afirma: Tu materia es el tiempo, el incesante tiempo. Eres cada solitario instante. A su vez en Historia de la eternidad, Borges dice: el universo requiere eternidad. En su segunda versión de Heráclito sostiene: “Que las generaciones de los hombres no dejarán caer. Su voz declara: nadie baja dos veces a las aguas del mismo río…”
Otro de los filósofos cuya impronta signó a Borges, es Baruch Spinoza considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz. Leibniz y lo seguidores de Descartes refutaron a Spinoza, cuya filosofía política, derivada de su Ética, consistía en una defensa de la tolerancia religiosa e ideológica dentro del estado, cuya misión era la realización de la justicia y la protección de sus miembros contra las propias pasiones de acuerdo con los dictados racionales. Spinoza, nacido en Amsterdam en 1632 en el seno de una familia judía, remontaba sus orígenes sefaradíes a la ciudad española de Burgos y antes a Portugal.
Fue un estudioso del Talmud y la Cábala, tan presentes, por cierto en la literatura borgeana. Recibió por el desarrollo de su pensamiento, un hérem que es una suerte de anatema o excomunión del judaísmo. Hostigado por su crítica racionalista de la ortodoxia religiosa, su obra cayó en el olvido hasta que fue reivindicada por los filósofos alemanes de principios del siglo XIX. Borges le escribió dos poemas a Spinoza, en el cual vuelven a aparecer el tiempo y el infinito como temas que desvelan al escritor argentino.
En el primer poema, que forma parte del libro El Otro, el mismo, escribe: “libre de la metáfora y del mito labra un arduo cristal: el infinito”. En el segundo poema puede leerse: “Bruma de oro, el Occidente alumbra la ventana. El asiduo manuscrito aguarda, ya cargado de infinito; lo lleva el tiempo como lleva el río. Una hoja en el agua que declina…”
En Historia de la noche, poema que le dio título al libro homónimo, dice Borges: “Nunca sabremos quién forjó la palabra para el intervalo de sombra que divide dos crepúsculos; nunca sabremos en qué siglo fue cifra del espacio de estrellas”. En “La Cifra” uno de sus últimos libros de poemas, Borges retorna a su obsesión por la naturaleza del tiempo, y al evocar a Descartes dice:
“Acaso un dios me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión.
Siendo la luna y el sueño mis ojos que perciben la luna.
He soñado la tarde y la mañana del primer día…”.
También en el poema “La dicha” que forma parte del libro “La Cifra” el autor sostiene: “Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno…”
En el poema “Alguien” que pertenece al libro “El otro, el mismo” señala: “un hombre que no ignora que el presente ya es el porvenir y el olvido…”. En su primer libro de poesía que es Fervor de Buenos Aires, Borges evoca la figura de Juan Manuel de Rosas, uno de sus antagonistas históricos a quien encarna como el arquetipo del tirano, sin por ello dejar de lado sus diferentes concepciones sobre el tiempo y sentencia:
“Famosamente infame su nombre fue desolación en las casas,
Idolátrico amor en el gauchaje y horror del tajo en la garganta.
Hoy el olvido borra su censo de muertes,
Porque son venales las muertes, si las pensamos como partes del
Tiempo, esa inmortalidad infatigable”
Mientras discurría Borges en sus elucubraciones aquella fausta noche, es necesario recurrir a Shopenhauer, otros de los filósofos cuya influencia aparece en su obra. Para el pensador de Danzing la contemplación de las ideas es lo que le permite al ser humano, como sujeto poseedor de voluntad, desligarse poco a poco de la irracionalidad de ésta, del dolor que la voluntad produce al consistir un afán perpetuo jamás satisfecho.
La voluntad es el origen de todo dolor y de todo mal; querer – para Schopenhauer - es primordialmente querer vivir, pero la vida no es nunca algo completo y definitivo. Lo que a veces apacigua momentáneamente este perpetuo afán de vida es simplemente la falta de conciencia, el desconocimiento del carácter esencialmente insatisfactorio e irracional del impulso volitivo. El derecho y el Estado nacen, no como manifestaciones de la justicia, sino como un instrumento contra las consecuencias del egoísmo humano.
La filosofía de Schopenhauer, - dice Manuel García Morente - con su estimación de la intuición artística y de la música, así como su moral del pesimismo, influyó sobre todo en la poesía y en el arte: particularmente se observa esta influencia en Niestzsche y Wagner, autores que, por cierto, formaron parte de una suerte de cultura pangermanista. Sin embargo, no debemos perder de vista que el músico predilecto de Borges fue Johannes Brahms, a quien también le dedicó un poema en donde dice: “yo soy un intruso en los jardines. Que has prodigado a la plural memoria. Del porvenir, quise cantar la gloria. Que hacia el azul erigen tus violines…”
En las conversaciones con Borges seguramente los circunstantes habrán escuchado hablar de espadas, de vikings, de laberintos, de los espejos, de batallas libradas por sus antepasados, de patios de Andalucía, de Francia, España, Islandia, del gaélico que antecedió al inglés, de arquetipos y esplendores, y de retruécanos y emblemas, como pueden leerse en los versos dedicados a ese jesuita tan particular que fue Baltasar Gracián, a quien rememoraba en sus versos, caracterizándolo de este modo: “Laberintos, retruécanos, emblemas, Helada laboriosa nadería, Fue para este jesuita la poesía, Reducida por él a estratagemas”.
La excelsa formación de Borges lo podía transportar a través de universos ideales y recalar en la Edad media, pues Gracián nació en Zaragoza, España en 1601 fue un destacado exponente del Siglo de Oro español que cultivó, además de la poesía, la prosa didáctica y filosófica. Entre sus obras destaca El Criticón - alegoría de la vida humana - que constituye una de las novelas más importantes de la literatura española.
Sobre el final de la velada, tras haber rememorado a los compadritos, al tango, los puñales y la guitarra, no olvidó al vino y les recitó a circunstantes y contertulios:
“En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
Negro vino que alegras el corazón del hombre.
Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo.
Vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.
En las arrebatadas estrofas del sufí.
Eres la cimitarra, la rosa y el rubí.
En tu cristal que vive nuestros ojos han visto.
Una roja metáfora de la sangre de Cristo.
Vino del mutuo amor o la roja pelea.
Alguna vez te llamaré. Que así sea”
O bien el final del Soneto del vino: “Vino enséñame el arte de ver mi propia historia. Como si ésta ya fuera ceniza en mi memoria”
Al despedirse, Borges reflexionó sobre la ética y la Patria. Convivían en el ánimo de Borges el ser y el deber ser. Los arquetipos y los paradigmas. Los ocasos y los esplendores. Y así se anticipó en la Oda escrita en 1966 - pero que la pensó dos años antes por los ciento cincuenta años de la Independencia - aseverando que: “Nadie es la Patria, pero todos lo somos” con lo cual dejó en claro la orientación de su pensamiento profundo de raíz liberal y republicana, que aunque conservador, lo llevó a odiar la prepotencia, los personalismos y tal vez pensó en un país complementario donde la educación prime por sobre todo y confluya en formas de civilización posibles contributivas de un desarrollo futuro. En el concepto educativo de Borges confluyen como suerte de sincretismo tanto el universalismo como la cultura local.
Es posible que aquella noche haya campeado en el ambiente su pensamiento sobre la justicia, plasmado en su Fragmentos de un Evangelio Apócrifo escrito cinco años más tarde en otro libro de poemas titulado Elogio de la Sombra en el cual dejó como reflexión los siguientes versos: “Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano…”
No es improbable que esa noche invernal en Salta, con un cielo pletórico de estrellas, le haya dado sosiego a su espíritu, que fue capaz de confesar en “El Remordimiento” escrito hacia 1976:
“He cometido el peor de los pecados.
Que un hombre puede cometer. No he sido Feliz.
Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados,
Mis padres me engendraron para el juego
Arriesgado y hermoso de la vida.
Para la tierra, el agua, el aire, el fuego” Los defraudé.
No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad”
Como cortesía de sus anfitriones, volvió al Hotel Salta, donde estaba alojado en un viejo coche de plaza, convocado al efecto, como las antiguas victorias que circulaban por el viejo Paseo de Julio en Buenos Aires. Esto dio paso a su consabida ironía, cuando dijo: “me enviaron el coche sin que se haya celebrado la boda, a la vez que le advirtió al auriga, como se le decía al cochero o mateo, que si el postillón no estaba parado en el pescante, no tenía quien le cuidara sus espaladas”.
Trajo a la memoria también una anécdota que le había sucedido en el aeropuerto de Ezeiza al retornar de Tokio, cuando un periodista le preguntó que pensaban los japoneses de los argentinos y Borges les contestó secamente: nada. El periodista lo inquirió entonces: ¿cómo nada? Y Borges le espetó: nada lo mejor son distraídos. En esas cuadras habrá pergeñado seguramente ese poema que escribiera muchos años después, cuyo título es Los Justos, que siempre viene a la memoria en momentos particulares y dice así:
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Bibliografía:
Bellone, Liliana: Los inmigrantes en los textos de Jorge Luis Borges, www.argensur.info, jueves 21 de agosto de 2014.
Borelli, Luis: Cuando Borges anduvo por Salta en www.eltribuno.info/salta/Luis-Borellli.
Borges, Jorge Luis: Obras completas, Emecé, Bs.As.2011.
Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Ariel Filosofía, Barcelona, 1999, nueva edición actualizada bajo la dirección de Jospe-María Terricabras.
Vázquez, María Esther: Borges, esplendor y derrota, Tusquets. Bs.As., 1996.