Carmen, primera dama y heroína de Salta
05/03/2022. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
La Historia ha sido poco generosa y siempre ha restado la presencia femenina en sus narraciones. Ausentes en la documentación oficial, pero presentes en epístolas y escrituras que rescatan del olvido los testimonios de los protagonistas de otros tiempos
Sin embargo, las mujeres han estado siempre presentes en el devenir de los acontecimientos. Particularmente, se ha de valorar el aporte de las damas que participaron desde distintos roles en las campañas por la emancipación americana, en tiempos en que las continuas invasiones de realistas templaron el carácter y la dedicación a la causa libertadora.
Hoy recordamos a la primera dama de la Provincia de Salta, esposa del primer gobernador electo por el pueblo, Martín Miguel de Güemes.
La niña de Anta
Margarita del Carmen Puch nació en Salta el 21 de febrero de 1797, era la hija menor del general don Domingo Puch, vizcaíno pero que adhirió a la causa patriota; y de doña Dorotea de la Vega Velarde.
Carmen fue bautizada en la Iglesia Matriz el 5 de marzo por el doctor Francisco Xavier Ávila, actuando como padrinos don José Vicente Toledo Pimentel y doña Gerónima Martínez de Iriarte.
Como todas las jóvenes de su tiempo, fue educada en el seno de su familia y era poseedora de una gran cultura que su progenitor brindó a su única hija mujer. Su niñez y juventud tuvo por escenario las propiedades de sus familiares en Rosario de la Frontera y Miraflores, departamento de Anta.
Fue legendaria tanto su belleza física como sus cualidades morales. Fue la mujer más bella de su tiempo: tez blanca, ojos de un azul profundo, cabellos rubios y delicadamente rizados que caían sobre su talle gentil. La escritora Juana Manuela Gorriti, afirmaba que "era una mujer maravillosa con todas las seducciones que puede soñar la más ardiente imaginación", en tanto el general Rondeau luego de firmar la paz de Los Cerrillos la llamó: "Carmen divina". El sitiador de Salta había quedado subyugado por la belleza y las cualidades de la joven primera dama.
La ruptura del compromiso de Juana Manuela de Saravia, hija del coronel don Pedro José de Saravia, con Martín Güemes, a raíz de cierta condición que interpuso éste, ocasionó la rápida intervención de Magdalena Güemes de Tejada, hermana de Güemes, la famosa Macacha.
El historiador Bernardo Frías nos informa que el matrimonio de Carmen con Martín Miguel de Güemes se organizó a partir de la sagacidad diplomática de Macacha, que encontró en Carmen las cualidades necesarias para ser la esposa de su hermano gobernador y le recomendó desposarse con tan agraciada y gentil damita. El matrimonio se concertó rápidamente.
Informa Luis Güemes que, en diligencias que por ente las autoridades eclesiásticas de Salta, a petición de Güemes, se practicaron, fue concedida la dispensa del "impedimento de tercero con cuarto grado de consanguinidad que intervenía entre ambos contrayentes, en atención a que doña Dorotea Velarde, madre de doña Carmen Puch, y el señor gobernador eran primos segundos, hijos legítimos de dos primas hermanas como son doña Luisa de la Cámara y doña Magdalena Goyechea".
El matrimonio fue celebrado por el señor vicario el sábado 10 de julio de 1815, a dos meses de haber asumido Güemes la gobernación de Salta, el 6 de mayo del mismo año. La recién desposada contaba dieciocho años de edad.
En fecha 14 de julio de ese año, Martín Güemes comunicaba al Director del Estado su casamiento en los siguientes términos y así se refería a su novel esposa: "Sus virtudes morales, su acrisolada conducta y su decidido amor al sistema de América y demás bellas cualidades que la adornan son bien notorias a cuantos le han tratado".
Una gaucha de 18 años
La vida de soltera de Carmen había transcurrido en la apacible vida doméstica, en tanto la vida de casada habría de estar sembrada de momentos de zozobra que imponía la dilatada campaña emancipadora, en los que acompañó amorosamente a su amado Martín.
Era una amazona notable, como todos los hombres y mujeres de la tierra que son diestros en las tareas de campo. Hábil jinete y de trato amable y cordial con los gauchos y sus familias, en el Campamento de la Cruz, Carmen era bien recibida como una más en ese paisanaje de corazones insuflados de amor a la causa de la Patria. Ese perfil sencillo y comprometido con la gente le valió que la idolatrasen, "doña Carmencita" era una suerte de ángel y hada. El gauchaje la quería y la respetaba porque ella era sabedora de sus sacrificios y privaciones.
El matrimonio tuvo tres hijos: primero nació Martín del Milagro Güemes Puch, el 2 de setiembre de 1817, quien años más tarde sería gobernador de Salta. Luego nació Luis Güemes Puch, el 21 de julio de 1819; y un tercer hijo, Ignacio Güemes Puch que habría nacido el 31 de julio de 1820 y murió antes de cumplir su primer año de vida.
La documentación ofrece la perspectiva de un matrimonio donde hubo amor y compañerismo que duró los seis años que estuvieron juntos. Los difíciles tiempos en que Carmen y Martín habitaron, signados por una dilatada guerra y las penurias que conlleva, solo podía sostenerse con un gran amor y una enorme capacidad de comprensión y adaptación a las complejas circunstancias que colocaban a estos personajes en una encrucijada.
Los hermanos de Carmen, Manuel y Dionisio Puch fueron incondicionales al joven matrimonio, en tanto Domingo Puch fue un padre sustituto para el caudillo, siempre ayudando y colaborando con todo lo necesario en la vida familiar, como así también en la causa emancipadora.
Los realistas en su tenaz, implacable y reiterativa decisión de invadir Salta, y ante la feroz resistencia que oponían Güemes y sus gauchos, vislumbraron que el gobernador solo abandonaría la lucha si tomaban prisioneros a Carmen y a sus hijos, razón por la que estos debían cambiar continuamente de residencia.
Ante la presunción de la presencia del enemigo, la rauda orden de traslado emanada de Güemes, ponía en ejecución el veloz traslado. Francisco Velarde, “el tío Francisquito” y un escuadrón de gauchos eran los designados para darles protección y custodia. Particularmente, la primera dama y sus hijos vivieron horas dramáticas en 1820, durante la invasión del general Ramírez, quien avanzó sobre El Chamical, lugar en el que Carmen y sus hijos se habían refugiado.
La repentina orden de partida, y protegida por una partida de gauchos y de su tío, Carmen con sus dos hijos Martín y Luis de tres y un año y llevando en su vientre a su tercer vástago, debió partir rauda hasta la estancia paterna en Rosario de la Frontera. Una división del ejército español, acosada por los gauchos, persiguió a la comitiva sin alcanzarlos hasta el río Pasaje. Sorteando múltiples obstáculos y fatigas, la familia se pudo poner a salvo.
Como estas, hubieron muchas jornadas aciagas, en que una joven Carmen y sus pequeños niños, estuvieron en serio peligro de caer en manos del enemigo.
La tristeza y la muerte
El final de Carmen ha sido relatado por la escritora Juana Manuela Gorriti con conmovedoras y patéticas palabras, a través de las narraciones que le llegaron. Refiere que se encontraba en Horcones, en la hacienda de su padre, cuando recibió la noticia de la muerte del héroe ocurrida el 17 de junio de 1821: “Su dolor fue inmenso, a tal extremo que buscó la muerte declarando que “no quería vivir más sin su Martín”. Y sin atender a las súplicas de su padre y sus hermanos que la rodeaban llorando, cortó su espléndida cabellera, se cubrió con un largo velo, se postró en tierra en el sitio más oscuro de la habitación, y allí permaneció hasta su muerte, inmóvil, muda insensible al llanto inconsolable de su anciano padre, y las caricias de sus hermanos que la idolatraban, a los ruegos de sus amigos y a los homenajes del mundo, alzando solo de vez en cuando su luctuoso velo para besar a los hijos cual una sombra que apartando las nieblas de la eternidad, volviera un momento a la tierra, atraída por el amor maternal”.
Relata el historiador Abel Cornejo en su libro “Las miradas de Güemes. Una historia política” que Carmen: “una tarde debió sentirse muy mal y le pidió al padre, en voz baja, que le cumpliera algún deseo que venía pensando todos los días. El padre se lo prometió, se quedó aguardando que pasara algo, el tiempo pareció detenerse. Como ni siquiera musitó una palabra, don Domingo quedó presto a hacer cualquier cosa que le pidiera, pero ya estaba inerte y nada pidió. Ya tenía la tez como de cera, cuando la llevó alzada en brazos, hasta su lecho y, con algunas mujeres de la casa, la vistió de blanco. A las horas, Carmen, la desolada, murió asegurando que iba a reunirse con Martín, otra vez con sus atavíos de novia”.
Martín Güemes había expresado en su lecho de muerte: “Mi Carmen me seguirá pronto, porque de mi vida ha vivido”, funesto presagio que se cumplió a los nueve meses.
La fecha de su fallecimiento, 3 de abril de 1822, se encuentra inscripta en la urna funeraria que guarda los restos de doña Carmen, los que permanecieron en el cementerio de la Santa Cruz hasta el 2 de junio de 2003, fecha en que una descendiente del prócer salteño, trasladó sus restos al Panteón de las Glorias del Norte, donde descansan junto a los de su esposo.
A doscientos años de su fallecimiento, cabe rescatar del olvido a esta figura femenina que tan dignamente ejerciera el honroso y digno papel de primera dama en la historia de Salta, y desde su rol, en el que contribuyó a sostener y contener a su bravo y patriota esposo. Una heroína que comprendió a todos los hijos de esta tierra en armas y adhirió plenamente a la causa emancipadora singularmente acaudillada por Güemes y sus gauchos.
En Carmen se reflejan todas esas heroicas mujeres que al igual que ella, fueron las sostenedoras de hogares y amoroso amparo de la prole en tiempos de independencia, en los que desde el rol de madres, esposas, hijas, hermanas, supieron conducir a buen puerto a las familias, en la hora del sacrificio de toda una población, de toda una tierra en armas.
Fuente de la Información: El Tribuno