El año que nos cambió para siempre
21/12/2020. Análisis y Reflexiones > Otros Análisis
Un abordaje ni tan siquiera aproximado que nos pudiese vislumbrar una salida al final del túnel. Todo quedó afectado, y pese a lo que ya muy pocos sostienen, todo cambiará en el futuro. Será inexorable, no optativo.
A diferencia del annus mirabilis, locución latina que significa año de los milagros o de las maravillas; el annus horribilis es aquel que ha sido terrible. El que se va, encaja en la última caracterización. Quienes recurren al simplismo de la autoayuda podrán decir que de las crisis nacen oportunidades y, seguramente, coincidiremos que de algunas crisis, efectivamente pueden surgir cambios auspiciosos. Nunca ocurrirá eso, cuando por primera vez, la humanidad tuvo conciencia de que estuvo enferma. Ningún país del planeta, con diferentes alcances, dejo de sufrir una pandemia voraz y despiadada que arrinconó a la condición humana al borde del precipicio. Curiosamente, esta pandemia no diferenció en países desarrollados o emergentes; ni a países pobres de países ricos. Es más, en los países de mayor desarrollo la pandemia azotó con tal fiereza, que provocó estragos inimaginables. Y viene al caso aquel aforismo de que nadie viaja al otro mundo con las alforjas llenas. La opulencia no cura los males.
Como si fuese una torre de Babel invisible, también generó que no hubiese dos naciones del globo que se pusieran de acuerdo en la forma sobre cómo abordar el flagelo. Incluso hubo un retaceo informativo entre diferentes países. Todos los pronósticos quedaron cortos; los que creyeron avizorar soluciones resultaron aplazados y tal vez muy pocos cerebros privilegiados, como el de Bill Gates, por dar un nombre, anunciaron que en el futuro no concluirán las pandemias, por el contrario: habrá otras. Todos los sistemas políticos y económicos quedaron entre estupefactos, petrificados y colapsados, a la par que, la humanidad quedó con su rostro embozado en barbijos para prevenir el avance del caos. Como una metáfora, los rostros embozados no permiten ver las verdaderas facciones, ni los auténticos gestos.
Algo quedó perfectamente en claro: se gastan billones en armas, espionaje, propaganda, pero quedó evidenciado que ni la ciencia ni los pronósticos ni las estadísticas estuvieron a la altura de las circunstancias. Es aún peor la fuerza del cataclismo, la humanidad no vio venir una suerte de apocalipsis. Y ante todo ello, hubo pavorosos silencios de líderes de las naciones, de líderes espirituales, de gurúes científicos y hasta de la astrología. Absolutamente nadie supo qué hacer ante la situación, ni que decir. Una vez más, Naciones Unidas quedó como una cáscara vacía en el concierto internacional, donde de pronto, marcados individualismos insolidarios se postraron impenitentes ante la evidencia. Las políticas de Estado quedaron para los cientistas de la sociología y la política, por la sencilla razón de que no hubo un abordaje ni tan siquiera aproximado que nos pudiese vislumbrar una salida al final del túnel. Todo quedó afectado, y pese a lo que ya muy pocos sostienen, todo cambiará en el futuro. Será inexorable, no optativo. Cambiarán desde la forma de relacionarnos entre los seres humanos, hasta los sistemas económicos.
Pasados algunos meses de la pandemia, surgieron muy pocas voces coherentes sobre cómo afrontar el sistema y en ese arte tan particular que tiene la condición humana, por aquello de que el hombre es animal de costumbres parecería que la irresponsabilidad emergió sobre la solidaridad y se fue naturalizando el descuido. La primer prevención a la pandemia es que cada uno de nosotros seamos cuidadosos y responsables. Y sin duda que esa actitud genera a veces muchas privaciones o renunciamientos, a la par de ello, se salvan vidas.
En nuestro país, desde todos los sectores, desde aquellos que organizaban marchas anticuarentenas mientras arreciaban la peste y las muertes; hasta quienes desaprensivamente convocaron a una suerte de funeral de Estado, luego del deceso del máximo ídolo del fútbol argentino, quedamos insertos en una suerte de desdén colectivo. Quedamos, una vez más, atrapados, en nuestras ambigüedades y contradicciones. El cansancio de meses de cuarentena nunca puede ser un disparador para la irresponsabilidad, ni que se pretenda sacar ventaja de ello. En todo caso la suma de todos los esfuerzos nos permitirá atenuar la profundidad de la crisis.
Hubo una certeza desoladora. Absolutamente nadie propuso que se discuta en el Congreso de la Nación una política de salud pública que al menos aminore los devastadores efectos de la pandemia o de las que vengan. Esa política debería haber sido consensuada porque requiere que su aplicación no se corte en un cambio de autoridades, ni en un cambio de gobierno, sino que se sostenga por varios años. Es la hora de la ciencia, la educación y de la conectividad para que pueda prevenirse y tomar criterios acertados. En materia de salud, los yerros o los percances cuestan vidas y existe una pléyade con enorme capacidad de médicos y profesionales de la salud en Argentina.
En esta pandemia hubo numerosísimos héroes anónimos, muchos de ellos se inmolaron poniendo lo mejor de sí para combatir el virus. Merecen nuestro homenaje y reconocimiento imperecederos y también que tomemos de su ejemplo, el esfuerzo magnífico que realizaron teniendo como norte la solidaridad y la entrega total. Al concluir el año, debemos meditar pausadamente en todos ellos, que aún con escasos recursos, con casos terminales, en situaciones críticas y ante la incertidumbre de una peste impiadosa, no trepidaron en hacerle frente. Ese ejemplo, sin duda alguna, es una llama de esperanza que nos deja este año desolador. La pandemia contagia y se multiplica a niveles escalofriantes, sería bueno que en memoria de todos esos héroes anónimos, la solidaridad y la amistad social se propagasen con idéntica velocidad, entonces podremos tener enfermo el cuerpo, pero habremos sanado nuestras almas y nuestras conciencias.
Por Abel Cornejo
Fuente de la Información: Gentileza Voces Críticas