El Enigma
19/09/2023. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
Después del tsunami electoral del 13 de agosto, y más allá que en los resultados concretos resultó ser un empate técnico, surgió una enorme incógnita difícil de dilucidar de cara a los comicios generales del 22 de octubre próximo Un enigma como l
Nunca un final de era se produjo de manera tan abrupta y a la vez provocó tamaña incertidumbre. Ni tan siquiera en el colapso de 2001. Más aún cuando, de un empate técnico entre los tres principales candidatos, el que sacó más votos y salió primero, con una mínima diferencia, tuvo la inteligencia o la viveza, no importa, asesorado por un excelente marketing político de mostrarse como un triunfador abrumador y plebiscitario. Claramente no lo fue.
Le sacó un punto y medio porcentual a la segunda fuerza y algo más de dos puntos porcentuales a la tercera. Recordemos que esta nueva ciencia - la del marketing- que cada vez se abre paso con más fuerza, se ocupa de las necesidades objetivas que demanda la sociedad; de cómo ponerlas en valor y de dar respuestas sobre ellas. En política, el marketing libertario inmediato fue impecable, pues su candidato, al día siguiente de ganar las PASO se mostró como una persona dispuesta inmediatamente a asumir el poder, exhibió un programa y se lució seguro de su liderazgo unipersonal, sin gobernadores, ni legisladores. Nada. Solamente él. El único. Las elecciones provinciales posteriores demostraron acabadamente esta afirmación.
Se podría discutir largas horas sobre ese programa de Milei; o si Massa y Bullrich están en mejores condiciones. Sin embargo, ese es otro tema. El dilema del que pocos hablan es que once millones de argentinos más un millón y medio de votos en blanco indican que una suerte de cuarta fuerza electoral, o bien se levantó ese domingo, hizo efectivo su derecho a elegir y no eligió a nadie; o directamente, que es el caso mayoritario: no fue a votar. Pasados cuarenta años de democracia, que celebraremos el 30 de octubre, ocho días después de la primera vuelta de las elecciones generales para elegir al presidente o presidenta que rijan los destinos del país en el futuro inmediato, tal vez podamos dilucidar el acertijo en que estamos insertos. Un dato a tener en cuenta es que, a la gente, en su gran mayoría, o ignora o directamente no le interesa que el voto sea obligatorio. Le da lo mismo. No genera cargo de conciencia alguno el no ir a votar. En la duda, esa cuarta fuerza, prefirió no ir a emitir el su sufragio ¿Cómo se hace para convencer a esa numerosísima cantidad de gente para que vuelva a confiar en que las urnas son el único motor auténtico de cambio social? Por el momento parecería misión imposible, porque desde hace por lo menos tres turnos electorales que la tendencia va en descenso. Aún antes de que los índices inflacionarios alcanzaran los niveles actuales. ¿Fue un efecto post pandemia? Puede ser. Tal vez no.
Lo peor que puede sucederle a una democracia, es que quienes deben nutrirla, que son los votantes, sean escépticos a su eficacia, como único sistema previsto para elegir gobernantes en libertad y dentro de un marco institucional. Otro error sería pensar que a Milei solamente los votaron quienes tienen bronca. Quedó puesto de manifiesto que el candidato libertario atravesó varias capas sociales y no sólo los disconformes acudieron a su discurso flamígero, graficado por una motosierra o los improperios que lanza a todo aquel que no razone como él, Papa Francisco incluido. Acaso en Milei, siete millones de argentinos saturados de la actual dirigencia y sus prácticas -porque esto es insoslayable y hay que decirlo- buscaron otro camino; seguir por otro sendero. Aparentemente un sendero absolutamente empinado, escarpado y no necesariamente tolerante ¿Son conscientes realmente los políticos tradicionales del enojo de la gente? Tal vez allí esté la clave de los once millones de abstención que resuelvan el dilema, adosándoles otro millón y medio de votos en blanco. La suma da que doce millones y medio de personas pueden llegar incluso a estar disconformes con el sistema, lo cual sería gravísimo y tristísimo, dado el baño de sangre que precedió a la reinstauración de la democracia argentina fue brutal y nunca más debería suceder. También es triste, porque no decirlo, que ese número de ciudadanos y ciudadanas se abstengan de ir a votar, por desinterés, desidia, rabia o lo que sea. Tal vez porque la democracia se cura con mucho más democracia. Siempre, en todas las situaciones. Benévolas y adversas.
El primer postulado del Preámbulo de la Constitución Nacional nos convoca a constituir la unión nacional. Sin unión y diálogo más amistad social, cualquier país sucumbe. Nadie es el dueño de la verdad y mucho menos de las soluciones que el país necesita. Por usar un término poco común en política, pero adecuado a la realidad que nos toca, exótico es algo alejado y distante a las costumbres usuales. Si la disrupción pasa por aniquilar la moneda argentina, renunciar la soberanía nacional sobre Malvinas, disolver la educación y la salud pública, paralizar la obra pública y tildar de comunistas a los principales socios comerciales de la Argentina, es difícil avizorar paz social en el futuro. Dicho así con todas las letras. Si a eso se le suma, el corte de la coparticipación a las provincias, Salta, por dar un ejemplo, será una provincia en vías de extinción, literalmente. Tampoco creo que la disrupción pase por el insulto y la objetivización de una supuesta “casta” como el origen de todos los males, dado que esas marcas a fuego sufrió el pueblo judío cuando la vesania del régimen nazi decidió exterminarlo. Y curiosamente el candidato libertario quiere convertirse a la religión judía. Un oxímoron. No es con la Ley del Talión donde los argentinos tendremos nuestro punto de encuentro, sino la puerta de salida al abismo.
Paradójicamente, muchos de los fenómenos que estamos observando diariamente se producen ante crisis económicas severas, enojo social incluido, por cierto. Ahora bien, desde la motosierra al insulto procaz, lo que no se escucha es la propuesta de construir un país con un programa de desarrollo nacional integral, diseñado sobre la base de la concordia, el diálogo y la unión nacional. La Argentina no recuperará su grandeza, ni su nivel de vida, si lo que se propone son únicamente políticas monetarias o cambios financieros. Una reforma tributaria profunda, la regionalización tarifaria del país, el impulso a las economías regionales y el estímulo permanente a las exportaciones, más la concientización indispensable de mantener una balanza comercial positiva son los caminos que conducen a un buen puerto. Aún falta, el dilema no está resuelto, ¿sucederá el milagro que los once millones vayan a votar pensando en un país mejor? Tal vez allí esté la clave del futuro argentino.