Enigmas de Mayo
20/05/2020. Análisis y Reflexiones > Otros Análisis
La Revolución de Mayo es, sin duda, el episodio más apasionante de la historia argentina. Es el nacimiento de nuestra Nación, de nuestra identidad nacional. Sin embargo, es un episodio que 210 años más tarde todavía no fue suficientemente desentrañ
Cada año que rememoramos el 25 de mayo, nos asaltan ciertas dudas sobre los motivos reales de un levantamiento que signaría para siempre la historia argentina. Muchísimo se ha escrito sobre esta magna fecha, que sin duda, fue el comienzo de nuestra identidad nacional, sin embargo falta en la historiografía una historia exhaustiva y desapasionada, que nos cuente exactamente porque se produjo la Revolución de Mayo y cómo a partir de ella se depararon diversos acontecimientos que perduraron por varios lustros en el período de la organización nacional. Doscientos diez años más tarde, sería bueno que develemos algunos enigmas. La Revolución de Mayo es el jalón fundamental de nuestra identidad nacional.
Por ejemplo, no se puede entender el Movimiento de Mayo si no se analiza lo que ocurrió en España en 1808, para muchos un año clave, tras la Farsa de Bayona en la que abdicaron Carlos IV y su hijo Fernando VII. Napoleón invadió España y designó a su hermano como rey. José I, se haría famoso por el mote que le puso el pueblo español: Pepe Botellas. Las Invasiones Inglesas fueron otro disparador en el ánimo de Buenos Aires y allí luego de la huída del Virrey, el Marqués de Sobremonte, surge un indiscutido líder popular, que luego sería inmolado, Santiago de Liniers, designado Virrey por el propio Cabildo.
Tampoco se tiene en cuenta la enorme y decisiva influencia que tuvieron en el espíritu revolucionario las heroicas insurrecciones ocurridas un año antes, el 25 de mayo de 1809, en el las ciudades altoperuanas - actualmente bolivianas - de Chuquisaca y La Paz. Esos dos focos, que la historiografía argentina aún no les dio la importancia que les corresponde, marcaron a fuego el destino del poder español en esta parte de América. Y desde luego tuvieron una influencia decisiva. Recordemos que Mariano Moreno y Belgrano se habían educado en su prestigiosa Universidad y recibieron la impronta de un crítico del poder real como lo era Victorián de Villaba, un erudito de prosa diáfana y verba inflamada, con enorme ascendiente en la juventud intelectual de aquella época.
Otro dato que no es menor es que el primer presidente de la Junta provisional como se llamó a la primera Junta de Gobierno, don Cornelio Saavedra, era oriundo de Otuyo, una comarca cercana a la ciudad de Potosí. Tampoco puede ignorarse la acción un el pensamiento de algunos revolucionarios. Moreno y Juan José Castelli, llamado el orador de la Revolución, claramente por sus ideas iluministas y su sólida formación, desde el inicio quisieron romper con la monarquía; pero también quisieron imponer el predominio de Buenos Aires sobre las ciudades interiores, lo que en los años por venir, desembocaría en fuertes enfrentamientos que culminaron en una sangrienta guerra civil entre unitarios y federales, que concluyó recién en 1852 y definitivamente con la sanción de la Constitución nacional en 1853. Es decir que después de 43 años de desencuentros furibundos la Argentina recién pudo organizarse constitucional e institucionalmente, sin perjuicio de que los remezones se repetirían en 1860 y en 1880.
Junto a las ideas draconianas de Moreno y Castelli, Manuel Belgrano pugnó varios años por la instauración de una monarquía estilo europeo. Moreno impuso su impronta en el famosísimo Decreto de Supresión de Honores del 8 de diciembre de 1810. Esto se debió a que el 5 de diciembre, durante un banquete celebrado en dependencias del ejército, el capitán Atanasio Duarte brindó por el emperador de América, refiriéndose a Saavedra, que hasta ese entonces recibía protocolarmente el boato y la distinción con la que se rendía pleitesía a los Virreyes españoles. Castelli, ordenó los fusilamientos de Cabeza de Tigre en la primera Expedición Auxiliar al Alto Perú, cual si fuese el Robespierre americano. Estos hechos muestran las diferencias ideológicas entre los miembros de la propia Junta.
Allí perdió la vida Santiago de Liniers. Luego del triunfo de Suipacha, inexplicablemente se demoró varios meses estacionado en el tristemente célebre Campamento de Laja, para luego perder en forma catastrófica con Goyeneche en la Batalla de Huaqui o Guaqui. Moreno, a su vez, después de renunciar a la Junta, fue enviado en misión diplomática a Europa y murió en circunstancias sospechosas en alta mar. Con él se perdió una de las mentes más brillantes de la historia argentina. Más allá de todos estos episodios, a esa época se la conoce como la Máscara de Fernando VII, porque todavía en la superficie, salvo honrosas excepciones, no se había oficializado la ruptura con el rey prisionero. Recién 1814, cuando Fernando VII recupera el poder en forma absoluta, es cuando el espíritu de mayo comenzó a fulgurar en forma perdurable, pero no en todos. El director supremo Alvear, por dar un ejemplo, mandó misiones diplomáticas a Gran Bretaña y España ofreciéndoles las Provincias Unidas del Río de la Plata como una suerte de factoría para que continuasen subyugadas a las potencias extranjeras. Allí apareció el genio militar y libertario de José de San Martín para impedir esa ignominia.
Y también ese año, luego de ser el héroe ignorado de Suipacha el 7 de noviembre de 1810, volvió a Salta Martín Miguel de Güemes e inicia inmediatamente la Guerra Gaucha. Nunca debe olvidarse que Güemes que ya se había distinguido en las invasiones Inglesas tanto en la toma de la fragata Justine como en la defensa de la Casa de la Virreina Vieja, fue el artífice del triunfo en Suipacha, pero en el parte de guerra del día siguiente, Castelli lo declaró inexistente. En Suipacha también combatió y aportó cañones llevados en titánico esfuerzo desde Salta, don Calixto Gauna.
Una gran deuda histórica tiene la Nación con Salta, pues fue la única ciudad del interior en apoyar inmediatamente la Revolución de Mayo, llevado al galope por don Calixto Gauna en una proeza sin par, tras una marcha de ocho días sin pausa. En Salta la Revolución, dada las distancias que la separan de Buenos Aires, el pronunciamiento se conoció recién el 19 de junio de 1810 y desde el galope de don Calixto, denominado el chasqui de la Revolución, hasta el final de la Guerra de la Independencia, además de haber sido sitiada e invadida cinco veces, jamás postró su cerviz ante el poder español, sino que abrigó un eterno sueño por la utopía de la libertad.