Flor del Alto Perú. Juana Azurduy y su sino trágico
12/07/2020. Análisis y Reflexiones > Otros Análisis
Juana Azurduy nació el 12 de julio de 1780 en Toroca, al norte de Potosí, en la actual Bolivia, que por entonces formaba parte del Virreinato del Río de la Plata. Su familia tenía una posición económica holgada. Su padre, Matías Azurduy, era propie
Sin embargo, quedó huérfana en la adolescencia, por lo que convivió con tíos y parientes y recibió educación formal en un convento.
A los 25 años, en 1805, contrajo enlace con Miguel Asencio Padilla, hijo de un estanciero vecino y estudiante de derecho, con quien tuvo cinco hijos: Manuel, Mariano, Juliana, Mercedes y Luisa.
Con Padilla rápidamente abrazaron la causa de la independencia y se involucraron activamente en las luchas revolucionarias. Sus hijos los acompañaron en esa gesta, pero los cuatro mayores murieron a muy corta edad afectados por la malaria. Sólo su hija menor continuaría a su lado.
Juana y Padilla organizaron tropas para luchar por la independencia de su territorio. Una vez producida la Revolución de Chuquisaca, el 25 de Mayo de 1809, se unieron a los ejércitos revolucionarios y participaron de la destitución del gobernador colonial, que fue reemplazado por una Junta de Gobierno. La experiencia concluyó en fracaso al año siguiente, cuando las tropas realistas derrotaron a los revolucionarios. Pero eso no desanimó al matrimonio, que creó entonces la organización “Los Leales” para continuar con la lucha.
La valentía y don de mando demostrados por Juana le valió ser nombrada Teniente Coronel, a solicitud del General Manuel Belgrano, a principios de 1816. También recibió un sable de las tropas porteñas que simbolizaba el objetivo de liberar el Alto Perú.
Sin embargo, una vez más la desgracia se ensañaría con Juana. Mientras experimentaba su quinto embarazo, sufrió una herida en la Batalla de la Laguna (1816). Al intentar su rescate, Miguel Asencio Padilla perdió la vida. Tampoco eso la detuvo, y así decidió unirse a las tropas de Martín Miguel de Güemes, quien aplicando la guerra de guerrillas en el norte del Alto Perú conseguiría rechazar seis invasiones realistas.
Como ella, Güemes procedía de una familia acomodada de Salta, y la recibió con respeto y reconocimiento por sus antecedentes, encargándole tareas de responsabilidad. Juana compartió el círculo íntimo del jefe salteño a partir de entonces, pero, una vez más, la acosaría la desgracia, con la trágica muerte del General salteño en Cañada de la Horqueta, el 17 de junio de 1821.
Ese hecho marcó el fin de la carrera militar de Juana Azurduy y el inicio de una larguísima etapa de privaciones y penurias económicas que le acompañaría hasta su muerte. En vano recurrió a las autoridades salteñas para financiar su regreso a su Chuquisaca natal, ya que apenas le concedieron cuatro mulas y cincuenta pesos para los gastos de su viaje. Sólo consiguió retornar a su tierra natal tras siete años de sufrimientos en la capital salteña, en compañía de su hija Luisa, que por entonces tenía 11 años. Nadie salió a recibirla ni le demostró reconocimiento alguno. La ingratitud, una vez más, se ensañaba con una de nuestras heroínas.
Tampoco tuvo demasiada suerte en la recuperación de las propiedades que había abandonado al abrazar la causa revolucionaria. Algunas habían sufrido la confiscación y otras estaban en manos de su hermana Rosalía. Sólo consiguió recuperar la hacienda de Cullco pero, acosada por las deudas y la pobreza, debió malvenderla poco después.
Apenas unos años después de las gestas heroicas del nacimiento de la Patria, sus héroes más destacados estaban muertos, exiliados o habían caído en la desgracia. Ahora la política había desplazado en gran medida al campo de batalla, sobre todo en los espacios urbanos, y allí las mujeres, que tanto protagonismo habían tenido como caudillas o como combatientes, estaban excluidas.
En el caso de Juana, debía sufrir además que el gobernante en el Estado boliviano que comenzaba a organizarse era nada menos que el Mariscal Santa Cruz, un enemigo directo que había combatió inicialmente para los realistas y había estado encargado de reprimir el levantamiento de La Paz, en 1809.
En medio de tanta desazón, en 1828, Juana recibió una caricia: la inesperada visita de Simón Bolívar, acompañado de Antonio Sucre, el caudillo Lanza y varias personas más, para homenajearla y reconocer sus méritos. Bolívar la emocionó al elogiarla a viva voz:” Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”.
También le asignó una pensión de $ 60, que luego fue incrementada a $ 100 por Sucre, a solicitud de Juana:
“A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. (…) Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; más el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme”.
El monto del beneficio y apenas los percibió durante dos años. Al ser herido Sucre en el cuartel de San Francisco y asesinado el presidente Pedro Blanco, en 1830, Bolivia cayó en la anarquía. Bolivia. Blanco había sido Comandante de las tropas realistas y luchado en campo contra Juan y Padilla. Finalmente, la pensión fue derogada definitivamente en 1857, bajo la presidencia de José María Linares. Tampoco recibió pensión alguna de Buenos Aires, ya que al escindirse el territorio boliviano se consideró a sus habitantes como extranjeros, sin importar los servicios prestados en los años revolucionarios.
El casamiento de su hija la dejó en soledad. Algún tiempo después tomó bajo su protección a Indalencio Sandi, un niño discapacitado hijo de un pariente lejano. A pesar de sus penurias, no dudó en hacerse cargo a causa del desprecio de sus padres.
En una irónica mueca del destino, Juana falleció el 25 de mayo de 1882. Había pasado sus últimos años en una pobreza extrema, pidiendo limosnas y durmiendo en las calles. El desprecio fue tal que su cuerpo terminó depositado en una fosa común del Cementerio local. Un sacerdote dió una breve oración y cobró un peso por el servicio.
Deberían pasar 100 años para que las autoridades bolivianas decidieran hacerle el merecido homenaje. Sus restos fueron recuperados siguiendo indicaciones de un anciano Indalecio Sandi y depositados en un mausoleo en la Ciudad de Sucre.
El reconocimiento definitivo llegaría en 2009, cuando fue ascendida a Generala del Ejército Argentino y Mariscal de la República Boliviana por dos gobiernos populares, único caso en la historia americana.
Más allá de la merecida reivindicación, la justicia llego muy tarde. Una luchadora admirable que debió pasar la mayor parte de su existencia en la miseria, recibiendo el olvido y el desprecio como únicas respuestas.
Por Alberto Lettieri.
Fuente de la Información: Identidad Colectiva