Güemes y Aráoz, hombres en pugna
07/07/2021. Análisis y Reflexiones > Otros Análisis
Si hubo dos protagonistas centrales en el actual norte argentino durante la etapa inmediata posterior a la Revolución de Mayo, fueron Martín Miguel de Güemes y Bernabé Aráoz.
Dos personalidades absolutamente diferentes, y cada uno de ellos con una impronta decisiva en el poder de sus provincias. Ambos tuvieron un final trágico. Bernabé Aráoz, nació en la localidad tucumana de Monteros en 1776, es decir nueve años antes que Martín Güemes. Era miembro de una numerosa familia de comerciantes locales, de importante fortuna. Desde joven se alistó en las milicias y apoyó la Revolución desde lugares secundarios.
Su intervención fue clave en la Batalla de Tucumán, pues fue quien personalmente persuadió a Belgrano de que no continuase su retroceso a Córdoba y les presentase combate a los españoles. Afortunadamente lo convenció. En abril de 1814, el directorio lo nombró gobernador intendente de la todavía extensa provincia de Salta del Tucumán. En octubre de ese año, el director Gervasio Antonio Posadas, decidió partir ese vasto territorio, del cual se escindieron Tucumán, Catamarca, menos la ciudad de Santa María y Santiago del Estero, tras lo cual pasó a desempeñarse como gobernador de Tucumán. Ese fraccionamiento territorial, inexplicable hasta nuestros días, se tornó en una fuente inagotable de conflictos.
Es decir que Aráoz fue el último gobernador de la provincia de Salta del Tucumán en su antigua y dilatada conformación. Según José María Paz, en sus "Memorias póstumas", tenía una singular personalidad: jamás se inmutaba, ni se lo veía irritado por nada, su exterior era frío, prometía mucho, pero no era delicado en cumplir su palabra. Tal la descripción del insigne estratega cordobés.
Luego de la caída de Alvear, tras la sublevación de Fontezuelas, se hizo designar localmente como gobernador en el Campamento de Ciudadela. En 1815, se le sublevó el coronel santiagueño Juan Francisco Borges, no obstante las tropas tucumanas lo vencieron.
Luego de la derrota de Sipe Sipe, en 1816, el Ejército Auxiliar del Perú volvió a estacionarse en Tucumán y en ese mismo año se celebró el Congreso que declaró la Independencia nacional. Ambas circunstancias aumentaron la gravitación de Aráoz y sus eficaces intrigas, cuyo destinatario principal, sin solución de continuidad, era Martín Miguel de Güemes.
Aráoz lo consideraba un rival de sumo cuidado, que podía disputarle el poder. A su vez, Belgrano que había reasumido el mando del Ejército Auxiliar del Perú, luego de que fuese reemplazado por el libertador San Martín y el general Francisco Fernández de la Cruz, respectivamente, se quejaba ante las autoridades nacionales de la irreductible posición de Aráoz en obstaculizar el auxilio que necesitaba Güemes. Por ello solicitó su remoción. Dicho pedido tuvo acogida en el director Pueyrredón, quien lo reemplazó por Feliciano de la Mota Botello en 1817. Los dos años siguientes Aráoz se dedicó a las tareas agrarias en la superficie, pero cavilaba sigilosamente que se diera el momento de volver a dar el zarpazo.
Fue así que, en 1819, aprovechando un rezago del Ejército Auxiliar del Perú hizo arrestar al gobernador Mota Botello y se aupó nuevamente al poder. Esta revuelta fue calificada por el general Paz como "la primera chispa del incendio insurreccional que cundió luego por todas partes".
Un congreso elegido especialmente al efecto consagró a Tucumán como República, como una suerte de respuesta regional al problema del país anarquizado. Tucumán dejaba entrever claramente que dejaba de ser una dependencia del caído gobierno central. Santiago del Estero aprovechó entonces para escindirse merced al liderazgo de Juan Felipe Ibarra, a la sazón aliado incondicional de Güemes, y estalló otra revolución más que lo encumbró como gobernador de una nueva provincia. Aráoz intentó aplastar esa revuelta, aunque Ibarra obtuvo el apoyo y respaldo de Güemes, entonces la enemistad entre ambos se tornó irreconciliable. Quedaba esperar entonces que se desatara lo que se conoció como "La Guerra del Tucumán".
El 23 de enero de 1821 Ibarra le comunicó a Güemes que debía defenderse de Aráoz, entonces el caudillo salteño decidió invadir Tucumán. Fue así que Apolinario Saravia ocupó Catamarca, que dicho sea de paso expresó su algarabía a favor de Güemes y depuso al gobernador Juan José de Lamadrid, pariente de Aráoz y hermano del general Gregorio. Sin embargo, alguien traicionó en simultáneo a Güemes y a Saravia, porque el capitán gaucho recibió un falso mensaje en el que Güemes le indicaba que no avanzase. Esto significó la derrota de los gauchos de Güemes en el Rincón de Marlopa y en Acequiones, por tropas que respondían a Aráoz y que conducía el uruguayo Abraham González.
A partir de allí se formó un eje para aniquilar a Güemes constituido por el partido salteño denominado la Patria Nueva, el jefe de las avanzadas españolas en Humahuaca, Pedro Antonio Olañeta, y el presidente de la República del Tucumán, Bernabé Aráoz, a quien se le sumó el perjuro Manuel Eduardo Arias, antiguo capitán leal a Güemes. Profusa correspondencia indica que, de esta trama, se urdió la conspiración que finalmente terminó con la vida del caudillo.
No obstante la suerte de Aráoz fue aciaga. En efecto, en septiembre de 1821, tres meses después de la muerte de Güemes, Catamarca se separaría de Tucumán. A continuación el general uruguayo Abraham González, hasta poco tiempo antes incondicional del presidente tucumano, se le sublevó y derrocó a Aráoz, quien se refugió en su campo. En octubre de 1822 pudo volver al gobierno por el término de casi un año, pero su ahijado Javier López lo depuso nuevamente antes de que finalizara 1823.
Entonces Aráoz decidió huir a Salta, donde contaba con amigos. Como los gauchos de Güemes sentían repulsión por el líder tucumano, el gobernador Juan Antonio Álvarez de Arenales debió detenerlo y devolverlo nuevamente a Tucumán y tras un sumario levantado por el sargento mayor y escribano Juan Antonio Yolis, fue fusilado de inmediato. Yolis adujo que la víctima había intentado sobornar a sus guardias.
Era el 24 de marzo de 1824. Así culminó sus días un destacado hombre público que si bien prestó grandes servicios a la causa de la independencia, nunca pudo despojarse de una indisimulable ambición de poder que lo condujo a su holocausto y, como puede observarse doscientos años más tarde, a la postergación de que se consolidara la idea del Norte Grande, que de haberse unido hoy sería diferente la historia que conocemos.
Fuente de la Información: El Tribuno