Historia del monumento a Güemes
07/02/2017. Análisis y Reflexiones > Análisis sobre Educación
Abel Cornejo hace una reseña histórica del emblemático monumento que delante del cerro San Bernardo, en Salta, se impone majestuoso en la tierra del héroe gaucho.
En la ciudad de Salta, al final de una avenida ascendente denominada Paseo Güemes se llega a la falda del cerro San Bernardo, allí se yergue airosa en su pedestal de roca la estatua ecuestre de Martín Miguel de Güemes. La escultura tiene un gesto particular: su mano derecha está colocada encima de sus ojos en forma de visera, guareciéndolo de la luminosidad de las mañanas salteñas o de los esplendentes ocasos, cuando los arreboles se tornan flamígeros, mira hacia las altas cumbres cordilleranas del occidente. El arquitecto Andrés Iñigo y el notable escultor Víctor Juan Garino lograron algo extraordinario, allende la indiscutible calidad estética de la obra, es haberle dado un gesto vivencial a la estatua: Güemes oteando al horizonte. Desde el fondo de los siglos esa imagen indeleble del Güemes estatuario parecería indicarnos que las utopías pueden ser posibles.
La mítica vida de Martín Güemes continuó la leyenda después de su muerte. Así como existe polémica sobre el sitio donde nació, en qué casa fue alumbrado y hasta en que día y que hora exacta nació, otro tanto ocurre sobre el lugar de su muerte. Incluso Joaquín Castellanos insinuó - en una de las conferencias que pronunció con motivo del centenario de la muerte del caudillo, durante la semana que como gobernador de Salta dispuso que se honrase la figura del héroe gaucho - que en realidad había expirado en la sala de la Finca La Cruz, propiedad del segundo esposo de su madre doña Magdalena Goyechea de la Corte, don José Francisco de Tineo y Escobar Castellanos. A principios del siglo veinte se generó un movimiento reivindicatorio de la figura de Martín Miguel de Güemes. A la par que buscó determinar el lugar donde murió, se gestaron varias acciones tendientes a encumbrar su figura en el bronce.
Dos óleos excepcionales inmortalizaron el deceso del héroe gaucho. El primero pintado en 1910 por Antonio Alice, que actualmente se encuentra en el recinto de sesiones de la Cámara de Diputados de Salta, obtuvo la medalla de oro del Premio Salón del Centenario. El paisaje circundante al camastro donde se encuentra Güemes yaciente indica un ambiente montuno, similar al que describieron los gauchos que lo acompañaron hasta su última morada.
Ahora bien, tres años más tarde, en 1913, llegó hasta la quebrada de La Horqueta otro pintor: Arístene Papi, conducido por Rubén Nina, hijo de don José Nina, quien había sido testigo de la muerte del caudillo y por cierto formaba parte de sus huestes gauchas. El perínclito pintor se inspiró en ese paseo para realizar sus trazos en el óleo que actualmente se encuentra en la sede del Regimiento 5to de Caballería en Salta. Tiene la particularidad de que el paisaje del contorno no presenta un ambiente arbóreo, sino por el contrario el camastro donde está postrado Güemes yaciente, se asemeja más a la campiña puneña. Fue a partir de la exhibición de esa pintura cuando comenzaron a elucubrarse diferentes relatos acerca de dónde había sido el lugar en que murió el caudillo salteño. Así se dijo que el deceso había ocurrido en la finca Las Higuerillas, otros en el paraje La Higuera, mientras que otros propugnaban que había sido en la Quebrada del Indio y finalmente la familia Nina, probablemente con más acierto, que fue en La Horqueta. Así fue que el 17 de junio de 1934, bajo el cebil que el gaucho Nina marcó como el que bajo su sombra había partido a la eternidad el general Güemes se erigió el túmulo funerario en forma de obelisco. Gobernaba Salta por aquel entonces don Avelino Aráoz.
La edificación de ese obelisco se debió a que dos años antes, es decir en 1932, a instancias del general Gregorio Vélez, acompañado por el coronel Ernesto Day, el Sr. Martín Uladislao Cornejo y el pintor Arístene Papi, quien veintiún años antes había estado en la zona fueron a encontrarse con el gaucho José Nina, nieto de quien había sido gaucho de Güemes en la Quebrada de la Horqueta a fin de que se determinase fehacientemente el lugar donde había muerto el general salteño. Una vez allí, Papi reconoció el cebil colorado que el abuelo de Nina le había mostrado dos décadas atrás. Desde entonces se tuvo a ese paraje como el sitio donde expiró el caudillo salteño. El óleo de Papi más la posterior construcción del monolito en la quebrada de La Horqueta fueron marcando diferentes hitos reivindicatorios de la memoria del héroe gaucho a principios del Siglo XX. Otro tanto sucedió con la constitución de la Comisión Nacional del Centenario de la Muerte del General Güemes.
El primer antecedente de un homenaje imperecedero al caudillo gaucho data de 1907. A solicitud del entonces presidente del Museo Histórico Nacional, Dr. Adolfo P. Carranza, el Congreso Nacional sancionó una ley para que se construyera un monumento a Güemes en la ciudad de Buenos Aires. La ley mencionada fue promulgada en 1908 por el presidente José Figueroa Alcorta. Sin embargo, recién en el año 1981 se cumpliría con ese designio al inaugurarse el monumento al héroe gaucho en los bosques de Palermo.
Corría el año de 1913, cuando el Ing. Nolasco F. Cornejo interesó al escultor porteño Hernán Cullen Ayerza para que diseñara una maqueta con la impronta que Güemes debía conducir con bravura un caballo en señal de zafarrancho de combate. El escultor vino varias veces a Salta, se hospedaba en al Palacio Episcopal, dado que el obispo Gregorio Romero también impulsaba el proyecto y fue asesorado por don Miguel Solá sobre la gesta güemesiana. Cullen terminó su maqueta y el ingeniero Cornejo la donó al entonces Mueso Provincial de Fomento. Miguel Solá que era propietario de otro ejemplar, lo donó al Centro de Residentes Salteños en Buenos Aires en 1948
Y así llegamos a 1920 cuando dos factores confluyeron para que la Comisión Nacional del Centenario de la Muerte del General Güemes se formara. Por una parte los homenajes destinados a perpetuar la memoria del caudillo organizados por el gobernador Joaquín Castellanos. Por otra la clara intención del presidente Hipólito Yrigoyen de darle a Güemes el sitial que le correspondía en la historia patria. Resulta entonces interesante adentrarse en la historia que culminó con la construcción del Monumento, que en la actualidad es uno de los íconos de la ciudad. Durante el primer gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen se empezó la obra bajo la supervisión de la Dirección de Arquitectura de la Nación. La dirección general estuvo a cargo del arquitecto Andrés Iñigo y la dirección artística bajo la supervisión de René Villeminot , primero y luego de Alberto Milillo.
En realidad fue el gobernador Joaquín Castellanos al decretar una semana de homenajes en el centenario de la muerte, en junio de 1921, quien bregó decididamente por la construcción de un monumento que recordara para los tiempos la figura del héroe gaucho. Castellanos pugnaba por el reconocimiento a la figura del líder salteño desde 1898. El gobernador poeta - al decir de don César Fermín Perdiguero- colocó la piedra fundamental para que se erigiera la obra, el 17 de junio de 1921 en la plaza Güemes. También el gobernador Castellanos a instancias de Benita Campos, directora de la revista “Güemes”, mandó a construir el monolito en la intersección de la Avenida Belgrano y Balcarce en recuerdo del lugar donde fue herido el héroe gaucho, la noche del 7 de junio de 1821. Fue Castellanos en un discurso alusivo quien acuñó la frase de que “Güemes en su tiempo fue el más salteño de los argentinos y más argentino de los salteños”.
Bernardo Frías, otro de los artífices reivindicatorios de la figura del caudillo gaucho, en el apéndice del último tomo de su “Historia del general Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la Independencia Argentina” propone cómo debía ser la arquitectura de la peana que sostuviese esa escultura, además de otros detalles que resultan interesantes. El insigne escritor salteño formuló un esbozo sobre cómo debía realizarse la alegoría. Afirma que sobre el pedestal debía aparecer el general Güemes a caballo con sus guardamontes de gala, con flecos de oro, mandil bordado de lo mismo, sus pistoleras, y dos borlones, uno a cada lado. El caballo - continúa Frías - estaría afirmado en las patas traseras y Güemes inclinado hacia un costado, sujetando la marcha del caballo con la diestra, aparecería levantando con el brazo izquierdo una mujer medio arrodillada en tierra, en actitud suplicante, teniéndole los brazos a la cintura y de cuyas muñecas penderían los trozos de las cadenas rotas. Llevaría la cabellera desgreñada, como una esclava dolorida. Esta mujer representaría la patria liberada. Güemes, su libertador, aparecería como levantándola del suelo de la servidumbre con el brazo izquierdo, tomándola por debajo del suyo, de medio costado. Con una de las patas delanteras[1], el caballo del general pisaría el bajo vientre de una mujer derribada en tierra. Ella, a medio erguirse, como el caído en la lucha, con una mano tendería su acción hacia el pecho del caballo; su rostro tendría la expresión y el ceño fieros, la cabellera revuelta y desordenada y con el codo del brazo derecho se afirmaría en tierra, mostrando ambas manos crispadas. La otra pata delantera del caballo, alzada como para dar el tranco, que el jinete detiene, mostraría abollada la corona real, simbolizando también la monarquía destruida, pues con la otra, afirmada sobre el vientre de aquella simbólica mujer, representaría también la monarquía derribada por la República. El pedestal, -concluye- en su cabecera con el escudo nacional en su parte superior, con el sol flamígero y no radioso, tendría esta leyenda: “al libertador de la Nación Argentina, general don Martín Güemes, la patria, reconocida”.
A continuación, el doctor Frías continúa postulando cómo debería ser el diseño, y afirma: en el lado posterior del pedestal se afirmaría desde la última grada hasta la línea superior, un gran libro abierto, titulado con letras doradas en relieve, “Libro de la gloria”. En una y otra de sus páginas visibles, aparecerían los nombres de los compañeros de Güemes en la Guerra de la Independencia en el siguiente orden: Dr. José Ignacio Gorriti, Dr. Mariano Boedo, coroneles Pachi Gorriti, Juan Antonio Rojas, Luis Burela, Apolinar Saravia, Pablo Latorre, José Gabino Quintana, Ángel Mariano Zerda, Manuel Lanfranco, José Antonino Cornejo, Luis Díaz, Bonifacio Ruiz de los Llanos, Eusebio Martínez de Mollinedo, Toribio Tedín, Pedro José Zavala, Bartolomé de la Corte, Francisco Uriondo y José María Lahora[2]. En una de las caras laterales del pedestal -sigue Frías en su idea sobre el proyecto de monumento- una lámina de bronce representaría la siguiente escena: Valdés, guiando una división del ejército real, pretende sorprender otra división de Güemes. Una mujer campesina que lo nota, toma, al pie de su rancho, a su hijo de cuatro años, lo coloca sobre el caballo y lo envía a su marido para darle el aviso de la marcha del ejército enemigo. Al pie irán estas palabras pronunciadas por Valdés, al contemplar aquel acto sorprendente: “a este pueblo no lo conquistaremos jamás”. En la otra cara lateral aparecerá un león parado sobre sus patas traseras, dando el frente y tomando con sus garras dos robustos jóvenes que luchan con él, uno a cada lado y al pie esta inscripción: “lucha del león ibérico con los pueblos de Salta y de Jujuy”.
Finalmente, propone Frías: en los ángulos o esquinas, plano sobre el que se asentaría la estatua, estas representaciones: en la primera, un jinete con uniforme militar y chiripá. Al pie la leyenda “Regimiento de Infernales”. En el otro ángulo, igual forma y esta leyenda: “Gauchos de la Escolta”. En el tercer ángulo, idéntica figura y la leyenda: “Lanceros de Gorriti” y en el cuarto, idéntica figura con la inscripción: “Legión Benemérita de Gauchos de Jujuy”[3]. Al finalizar su bosquejo, el esclarecido historiador salteño, afirma que: el artista podrá sobre estas bases dar la expresión y distribuir la belleza escultural que corresponde a su obra. En suma, lo que deseamos es que acabemos con esos generales a caballo, que nada significa y nada enseñan.
Esta última aserción de Frías, trae al recuerdo una polémica que en su tiempo tuvo lugar sobre la estatua ecuestre de Güemes que finalmente el escultor Garino inmortalizó, pues el célebre artista logró imprimirle al bronce un gesto propio y natural del caudillo como lo es su mano atajando el sol y a la vez contemplar el occidente y el horizonte, postura totalmente diferente a la rígida estatuaria que, por lo general, se observa, en las alegorías de los próceres. Según la tradición, Güemes se situaba con su caballo en estratégicos barrancos de considerable altura y desde allí observaba tanto las cargas guerrilleras de sus gauchos como los movimientos enemigos. La tradición oral recogió este gesto vivo y característico del héroe gaucho, por eso es que el artista no titubeó en caracterizar su escultura de este modo tan sutil y diferenciador de otros monumentos ecuestres.
Ahora bien, once años antes de que el gobernador Joaquín Castellanos colocara la piedra basal en las faldas del cerro San Bernardo, en 1910 el entonces gobernador Luis Linares había puesto una placa también en la plaza Güemes, lugar que en ese momento se consideraba el apropiado para construir el monumento al líder gaucho. Otra hipótesis sostiene que se había pensado levantarlo en la Plaza de Julio. Sin embargo, ambos emprendimientos quedaron truncos. Algunas opiniones respetadas sostuvieron que ningunas de esas plazas era el sitio adecuado para el emplazamiento definitivo, tal vez porque la gesta güemesiana, lejos de ser citadina, principalmente se desarrolló en constantes escaramuzas camperas, que sólo en algunas ocasiones, principalmente en Jujuy, ocurrieron en las ciudades o pueblos.
Pero volvamos a 1920. En ese año se llamó a concurso para erigir el monumento en una plaza pública de la ciudad de Salta. En 1921, se constituyó la Comisión Nacional presidida en forma honoraria por el presidente de la República, Hipólito Yrigoyen, por el gobernador de Salta, Dr. Joaquín Castellanos y por el general Gregorio Vélez. Esa Comisión se formó a instancia de las gestiones realizadas por dos políticos salteños en Buenos Aires: don Pablo Saravia y el Dr. Juan Bautista Peyrotti. Los miembros honorarios eran los presidentes de los tres poderes del Estado Nacional, más el gobernador de la provincia y el presidente del Consejo Nacional de Educación.
Entonces fue que se desató una fuerte polémica sobre el emplazamiento definitivo. El general Pablo Richieri, atento su prestigio militar y las altas posiciones que ocupó, sugirió que se lo construyera en algún cerro aledaño a la ciudad, porque así se honraría debidamente a la guerra gaucha a la vez que sería una metáfora de las alturas que alcanzó la epopeya. Sin embargo, fue el doctor Ernesto Padilla, secretario de la Comisión y a la sazón diputado nacional por Tucumán, quien propició que se lo levantara en el sitio que actualmente se yergue enhiesto. Otra versión histórica, le atribuye la elección del lugar al general Ricardo Solá. El doctor Padilla consiguió también que el intendente de la ciudad de Salta, Adolfo García Pinto, obtuviera del Concejo Deliberante la sanción de una ordenanza que declarara plaza suburbana al lugar donde se levantaría el monumento, dado que la ley nacional establecía que debía elevarse en alguna plaza pública de la ciudad de Salta. Asimismo, fue Padilla un visionario sobre el desarrollo urbanístico ulterior que tuvo la zona, pues en aquel momento era un descampado que despertaba críticas en la ciudadanía, como si se hubiese honrado a Güemes en un lugar inhóspito de la ciudad.
El 1 de octubre de 1922, la Comisión eligió al ganador del certamen que había convocado al efecto: el escultor Víctor Juan Garino, quien desde ese momento no solamente comenzó el diseño de la maqueta, sino que además, empezó a viajar a Salta para interiorizarse de las costumbres gauchas, de posibles gestos del caudillo y de los paisajes que había recorrido en vida. Garino ya era un escultor de fama. Poco más de un lustro antes junto a otros cuatro escultores también llamados Víctor, curiosa coincidencia, había sido uno de los cinco que esculpieron el monumento a la gloria, en el cerro homónimo, en la ciudad de Mendoza. También participó en el concurso de escultores que se seleccionaron para construir el monumento al general Arenales, en la Plaza 9 de Julio, que finalmente le fue adjudicado al artista Arturo Dresco.
El 15 de junio de 1923, el diario La Nación anunció que la obra que estaba realizando el escultor Garino se ubicaría en el cerro San Bernardo. Lo cierto es que la construcción recién empezó en junio de 1925 con la excavación de un pozo de veintiún metros de profundidad y un diámetro de dos metros. Los planos habían sido preparados por la Dirección de Arquitectura de la Nación, primero a cargo de los arquitectos Andrés Iñigo y Rene Villeminot y luego, ante el fallecimiento de este último, fue reemplazado por el arquitecto Alberto Milillo. A partir de allí, lentamente, pudo observarse cómo se elevaba la columna que sostendría la estatua del héroe; a continuación el deslizamiento de enormes bloques de piedra extraídos del propio cerro San Bernardo para cubrir esa columna y darle la fisonomía tan característica que presenta la vista del monumento.
Debe destacarse que el pedestal que luego fue cubierto de roca viva, en realidad es una columna rectangular también revestida de piedra. De modo que si quedase al descubierto podría cumplir acabadamente su fin, en todo caso sería, el basamento tradicional sobre la que se apoyan las estatuas de los héroes, probablemente similar a la que sirve de soporte al general Alvear en la ciudad de Buenos Aires. Tienen una altura y espesor de similares características. Así lo ilustran fotografías de época. Probablemente la idea originaria haya sido esa para luego mutar por una suerte de mirador natural como tantos que se encuentran en las cumbres de los cerros de Salta, a cuyos pies caen abismales precipicios o las gargantas de profundas quebradas de laja.
Merced a su amistad con el Dr. Carlos Serrey, destacado senador nacional por Salta, Garino se vinculó con diferentes personas quienes lo interiorizaron sobre las costumbres, modos y tradiciones del campo de Salta, evocando la gesta güemesiana. Las anécdotas y relatos le sirvieron al escultor para conformar los frisos que rodean la base del monumento; para imprimirle al gaucho que está en la parte inferior, a las espaldas de la estatua de Güemes: el gesto bravío propio de los centauros salteños, como así también para conformar un contorno del que en la actualidad la tecnología podría darles movimiento pues parecen figuras animadas.
La inspiración se debe a pasajes del libro la Guerra Gaucha de Leopoldo Lugones, de allí tomó las cargas de caballería con potros encabritados, al decir de don Carlos Gregorio Romero Sosa. El secretario de la Comisión, José María Romero Escobar, amigo y correligionario del presidente Yrigoyen, se lo presentó a Garino al criador de caballos criollos y fundador de la raza, don Emilio Solanet, quien lo invitó a la hacienda El Cardal, en la provincia de Buenos Aires para que observase la fisonomía equina de esos corceles , pues hasta entonces dudaba en esculpir un ejemplar de la raza árabe o un peruano argentino de paso. Optó por el caballo criollo por que se creía que los que cabalgaba Güemes seguramente debían haber respondido más esa característica, dado que en la época de la guerra gaucha, en el norte de nuestro país todavía no había un desarrollo de ejemplares pertenecientes a una raza determinada.
Garino fue un artista apegado a la verdad histórica, por lo que consideró conveniente reunirse con diferentes personajes representativos de Salta para que pudiesen relatarle episodios y costumbres del campo que tuviesen relación con la guerra gaucha. Fue así que aceptó el consejo de don Néstor Patrón Costas, don José Manuel Arias Uriburu, del poeta Juan Carlos Dávalos, de don Wenceslao Lozano Tedín y del gaucho Cirilo Montoya, quien le explicó el modo como se usan los guardamontes, el coleto y se “empujan” las ramas del monte por estrechos senderos mientras se junta el ganado. Debe recordarse que Bernardo Frías describió los modos de Güemes, a quien retrató como un señor en los salones y un consumado gaucho que comía sobre cuclillas entre sus gauchos en medio del monte salteño.
Ahora bien, en 1926, el periodismo lugareño, ávido de avances en la obra, criticaba la tardanza y hasta la flema sobre el modo como se la iba ejecutando, al punto que ese 17 de junio pasó totalmente desapercibido. Por ese tiempo no se hacía el tradicional desfile de fortines gauchos. Tal vez la única buena noticia güemesiana fue el estreno de la obra de Juan Carlos Dávalos, “La Tierra en Armas” en el teatro Ateneo de la ciudad de Buenos Aires. Mientras tanto, la estatua del héroe gaucho - cuya fundición se llevó a cabo en el Arsenal del Ejército Esteban De Luca - ya había sido colocada en el pedestal pero todo el complejo aledaño estaba sin concluir. Era una obra inacabada. El año de 1927 continuó impasible, solamente se cambió la piedra fundamental de la plaza Güemes hacia el inconcluso monumento del cerro.
Pasaron 1929 y 1930 y el monumento sin terminar. Recién la tarde del 20 de febrero de 1931 se produjo la inauguración oficial, aunque sin la presencia de las descendientes del general Martín Miguel de Güemes residentes en Salta, doña Francisca Güemes Arias y doña Carmen Güemes de Latorre, debido a la detención del Dr. Adolfo Güemes[4], hermano de ambas, que el gobierno de facto encabezado por el general José Félix Uriburu había dispuesto luego del golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 que derrocó y encarceló al presidente constitucional Hipólito Yirigoyen. Al parecer la detención de Adolfo Güemes generó una fuerte grieta en el gobierno golpista.
Las autoridades que presidieron el acto inaugural fueron el presidente de facto Uriburu y el general Vélez, el mismo que presidía la Comisión pero que para entonces había sido designado interventor federal por el gobierno militar. Adolfo Güemes era nieto del general Güemes. Fue primero gobernador de Salta y luego candidato a vicepresidente de la Nación, integrando la fórmula con Marcelo Torcuato de Alvear. Tras el golpe fue inmediatamente detenido. Quien sí estuvo fue el escultor Víctor Garino pudiendo apreciar toda la magnificencia de su obra.
Por aquella época la avenida que desembocada en el monumento se llamaba Zerda y obviamente era de ripio, por lo que tratándose de uno de los meses donde caen lluvias torrenciales en la ciudad de Salta, aquel 20 de febrero los circunstantes que se acercaron a participar de la ceremonia debieron sortear un gran lodazal. Más aún cuando en aquella época la actual Avenida Bicentenario era un ancho zanjón, popularmente conocido como la Zanja Blanca, al que se debía atravesar sin puente, que se había formado en tiempos remotos y por donde se creía que fue el cauce original del río Caldera hasta que un gran terremoto abrió el angosto del Mojotoro. Otro gran ausente en la inauguración fue don Bernardo Frías quien había muerto el 17 de diciembre de 1930. El 3 de marzo de 1931, el monumento al general Güemes fue formalmente entregado a la provincia de Salta como parte de su patrimonio histórico y cultural. Cabe recordar que, cuando se erigió e inauguró el monumento a Güemes, San Martín, Belgrano y Arenales ya tenían sus respectivas estatuas en Salta. Había pasado un siglo más diez años para que ese homenaje finalmente se concretara. Hasta entonces el espíritu del jefe de los gauchos y padre de la identidad nacional permaneció incólume en la memoria de su pueblo.
Bibliografía:
-CASTELLANOS, Joaquín: Obras literarias. Imprenta del H. Senado de la Nación, Bs.As., 2000.
-CORNEJO, Atilio: Historia de Güemes, Agrupación Tradicionalista Gauchos de Güemes, Artes Gráficas, Salta, 1971, segunda edición
-FRIAS, Bernardo: Historia del general Martín Miguel de Güemes y de la provincia de Salta o sea de la Independencia Argentina, Depalma, Bs.As., 1971
-LUGONES, Leopoldo: La guerra gaucha, Emecé Editores, Bs.As., 1954
-PERDIGUERO, César Fermín: Antología del Cerro San Bernardo, Fundación Etchart, Artes Gráficas, Salta, 1984
-ROMERO SOSA, Carlos Gregorio: Orígenes y ejecución del Monumento al General Güemes en la ciudad de Salta, Boletín del Instituto Güemesiano de Salta Nº 6, Salta, 1982.
[1] Llama la atención la referencia del Dr. Frías a “las patas delanteras” cuando en realidad en el campo de Salta se dice la manos del caballo.
[2] Sin embargo, faltan en la nómina de Frías, el coronel alsaciano Jorge Ernqiue Widt, a quien Güemes lo hace jurar en su lecho de muerte que expulsará definitivamente a los realistas del territorio salteño, Zacarías Yanci, el joven gaucho que más tarde sería gobernador de San juna, el heroico comandante jujeño Manuel Alvarez Prado y nada menos que uno de sus principales aliados y mártir de la independencia argentina el marqués de Tojo o de Yavi, don Juan José Feliciano Fernández Campero, apresado, torturado y muerto en manos realistas en aguas caribeñas próximas a Jamaica cuando era conducido engrillado al Reino de España. Como también al célebre comandante paceño don José María Pérez de Urdininea, quien luego resultó electo presidente del actual Estado Plurinacional de Bolivia. Y aún cuando al final haya defeccionado al bravo guerrero don Manuel Eduardo Arias.
[3] Como puede observarse aquí también hay una omisión sobre las huestes gauchas de Orán y de Tarija, cuya fidelidad y entrega en la Guerra Gaucha jamás podían estar ausentes ni ser olvidadas en un homenaje imperecedero al general Güemes.
[4] Era el menor de los hijos de don Luis Güemes Puch y de Doña Rosaura Castro Sanzetenea. Luis Güemes Puch era el segundo de los hijos de Martín Miguel de Güemes y Carmen Puch.