Ildefonso de las Muñecas, el patriota ignorado
28/03/2025. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
Cuando nos preguntamos acerca de la ingratitud, inmediatamente pensamos en la falta de agradecimiento. Sin embargo, como reflexionara Sartre en Las palabras, su libro autobiográfico, es algo más que eso. La ingratitud es ignorar a quien debemos honrar.
Por Abel Cornejo
1776-1816. La lucha del cura y caudillo en el Alto Perú
Cuando nos preguntamos acerca de la ingratitud, inmediatamente pensamos en la falta de agradecimiento. Sin embargo, como reflexionara Sartre en Las palabras, su libro autobiográfico, es algo más que eso. La ingratitud es ignorar a quien debemos honrar. A menudo la historia y la ingratitud marchan por el mismo sendero. A veces recordamos a Gregorio Funes, deán de la Catedral de Córdoba y uno de los apóstoles principales de la Gesta de Mayo; al riojano Pedro Ignacio de Castro Barros, propulsor de la libertad de vientres en la Asamblea del Año XIII y congresal de la Independencia; a Manuel Maximiliano Alberti, vocal de la Junta de Mayo; al canónigo Juan Ignacio de Gorriti, quien bendijo la bandera nacional, participó activamente de la causa de la Independencia y fue el único sacerdote gobernador de Salta; a José Andrés Pacheco de Melo, amigo de Martín Miguel de Güemes y representante del pueblo altoperuano de Chichas en el Congreso de la Independencia; a Luis Beltrán, fraile franciscano sanjuanino, que fue el artífice de la artillería en el Ejército de los Andes; pensamos en Justo Santa María de Oro, clérigo dominico, diputado eminente por la provincia de San Juan en el Congreso de Tucumán junto a Francisco Narciso Laprida. Oro fue uno de los intelectuales de notable influencia en esa asamblea por su impronta decisiva a favor de la independencia nacional. Se podría continuar con la nómina, sin embargo, todos los enumerados coinciden con la época fundacional de nuestra Patria. El denominador común de todos estos hombres es que, además de haber sido patriotas, fueron sacerdotes.
Si alguien se preguntara por el título de este artículo, debiera aclararse primero que no se trata de una síntesis histórica, sino del nombre de un patriota cabal, cuya memoria se fue perdiendo en la niebla del tiempo y que es un acto de justicia impostergable recuperarla y honrarla. O como dijera Borges, el olvido es toda la memoria que nos queda. Acaso porque ofrendó su vida por la Patria. Hubo un tiempo en que hombres y mujeres se creyeron capaces de construir una nueva y gloriosa Nación, libre e independiente de todo yugo. En esas épocas las utopías parecían posibles, y la única ambición era la gloria. No es una referencia a la Utopía de Tomás Moro, sino a quienes tuvieron el valor de fundar las bases de los que más tarde serían estados soberanos.
Inserción en el escenario altoperuano
La vida de Ildefonso de las Muñecas es una historia de la soledad. De decisiones inconsultas por la gravedad de las circunstancias. De un tiempo en que se peleó casi cuerpo a cuerpo en un territorio que ya no forma parte de nuestro país y sin embargo, fue el principal teatro de operaciones de la Independencia Argentina. Poco se habla sobre el coraje y la decisión de quienes combatieron en lo que en esa época se llamaba el Alto Perú. Nada se dice de las proezas que allí se alcanzaron. Acaso porque derrotas como Huaqui o Guaqui1, Vilcapugio, Ayohuma o Sipe Sipe ensombrecieron pequeñas grandes gestas. Y no fue así2. Lo que sí generaron esos desastres militares del Ejército Auxiliar del Perú es que surgieran numerosos caudillos locales en el territorio altoperuano, que tuvieron actuaciones heroicas en esos años aciagos. Ildefonso de las Muñecas fue uno de ellos3. Esos caudillos, cuyo único apoyo eran sus inquebrantables voluntades, soportaron asedios, acedías, sitios y nada pudo quebrar su propósito esencial que era la causa de la libertad.
La Republiqueta de Larecaja
¿Quién recuerda hoy qué fue la Republiqueta de Larecaja? Una región próxima al lago Titicaca, en ese entonces perteneciente al Alto Perú, actualmente al Estado Plurinacional de Bolivia. Con base en la villa de San Lorenzo de Ayata, Partido de Larecaja, abarcaba parte de los partidos de Yungas y de Apolobamba. Actualmente, Larecaja es una provincia de Bolivia, ubicada en el Norte del departamento de La Paz. Su capital es Sorata. En ese territorio desplegó, con coraje, audacia y astucia, la bandera de la emancipación, un fraile cuyas convicciones eran tan fuertes, que ni la muerte pudo arredrarlo. Luchó bravíamente en la Guerra de la Independencia hasta el paroxismo, se llamaba Ildefonso Escolástico de las Muñecas.
Nació en San Miguel de Tucumán un 15 de agosto de 1776. Curiosamente, el mismo año en que el rey Carlos III de España fundara el Virreinato del Río de la Plata. Sus padres fueron Juan José de las Muñecas y Elena María Alurralde. Estudió teología en Córdoba en el Colegio de Montserrat, posteriormente continuó en Chuquisaca y luego en Lima.
Señala José Bilbao Ritcher que muy poco se pudo reconstruir la historia sobre su infancia y juventud. Nadie logró explicar las causas de su vocación sacerdotal que lo llevaron a ordenarse en Córdoba; doctorarse en leyes en Chuquisaca y acceder al rectorado de la Catedral del Cuzco. Se ignora también qué lo llevó a abandonar su apostolado para huir del Cuzco y volcar de lleno sus esfuerzos como revolucionario y combatiente. Creó un “Batallón Sagrado” para llevar a cabo masivas acciones nocturnas y las más violentas y crueles de la guerra. Produjo tantas bajas y temor entre las tropas realistas que, al no poder capturarlo, lo apodaron “El Fantasma del Alto Perú”4.
Era un sacerdote docto y culto, pero su curiosidad intelectual le permitió nutrirse del ideario libertario que comenzaba a asomar en esta parte de América a principios del siglo XIX. Contrariamente a la mayoría del clero, de las Muñecas no adhirió jamás al poder español, sino que pensó en la construcción de un país diferente, igualitario y equitativo.
En los cuarenta años que vivió, supo abjurar de la injusticia y la inequidad, pugnó en forma vehemente para que no se explotase a los antiguos pobladores americanos, ni se los expoliara con impuestos que no permitían ni el desarrollo ni menguar la pobreza. De allí que no dudara en bajarse del púlpito para empuñar las armas. Ildefonso de las Muñecas fue el José María Morelos de la independencia argentina. Morelos fue llamado el “Siervo de la Nación” y al igual que Muñecas tuvo un final trágico. Morelos en México, Muñecas en el Alto Perú fueron dos religiosos de un patriotismo ejemplar y una inigualable valentía. Ambos conductores de legiones libertarias y directores de espíritus que clamaban por un sistema más justo. Muñecas tuvo su bautismo de fuego en 1809 con las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz, precursoras de la Revolución de Mayo. Fue capturado y encarcelado. Cuando lo iban a fusilar, le perdonaron la vida por su estado sacerdotal. Posteriormente, su ímpetu revolucionario lo llevó a sumarse a la Rebelión del Cuzco del 3 de agosto de 1814. Allí había sido cura de la Catedral y gozaba de gran predicamento por su verba inflamada y persuasiva. No era sólo un tenaz combatiente, sino un pensador esencial que unía la acción con el pensamiento. Se destacaba también por su proverbial austeridad, en una época en la que muchos dignatarios eclesiásticos, embelesados por el poder, sucumbían ante el boato, el lujo y la pompa.
De las Muñecas, el batallador
Aumenta su valor como soldado de la Patria el haber conocido de cerca por sus residencias en Lima y Cuzco, al ejército español y su poderío. Sabía a qué se enfrentaba y las remotas posibilidades de éxito que tenía la empresa libertadora. En el Cuzco trabó amistad con los hermanos Angulo y con el cacique general Mateo Pumacahua, quien primero adhirió a los españoles y luego abrazó la causa de la independencia. Todos ellos, durante un tiempo, lograron dominar la ciudad y contagiar su entusiasmo a las provincias del sur del Perú. Más adelante, junto a Juan Manuel Pinelo, encabezó una campaña hacia Puno y La Paz, que fue brutalmente sofocada por los españoles. El rencor hacia Muñecas aumentaba proporcionalmente con la dimensión de su heroicidad.
Peleó con fiereza en las crueles batallas de Achocalla y Umachiri. La batalla de Chacaltaya o Achocalla fue un enfrentamiento militar librado durante la rebelión del Cuzco. Se disputó el 2 de noviembre de 1814, entre una división del Ejército Real del Perú –comandada por el brigadier Juan Ramírez Orozco– y una expedición rebelde capitaneada por el coronel José Manuel Pinedo y el sacerdote Ildefonso de las Muñecas. Mientras que la batalla de Umachiri fue el enfrentamiento librado el 11 de marzo de 1815, entre las fuerzas de la Junta Autónoma de Cuzco y las del Virreinato del Perú. Constituyó el punto culminante de la revolución independentista del brigadier Mateo Pumacahua, y la victoria realista significó el fin de la rebelión y el apresamiento y ejecución de sus principales líderes.
Ocurría que la diferencia en número, adiestramiento y armas entre realistas y patriotas era tan abismal que un jefe español –admirado por el valor de los revolucionarios–, supo decir: si nuestros soldados combatiesen con tal denuedo, no habría guerra. Allí Muñecas adhirió a otra creencia: la religión del coraje.
Era indómito en el campo de batalla. Con su camarada de armas, el caudillo altoperuano José Miguel Lanza, jefe de la Republiqueta de Ayopaya, con quien se habían concentrado en Larecaja y pese a que contaban con una tropa hambrienta, desarrapada pero ávida por repeler a los invasores, puso en serios aprietos al gobernador español de La Paz, José Landaverry. No debe olvidarse que el caudillo Lanza fue el leal aliado altoperuano de Martín Miguel de Güemes, y ambos compartían ideales y métodos guerrilleros. Tenían en común que ninguno de los dos recibió apoyo ni recursos para combatir.
Cuando a finales de 1815 ingresó al Alto Perú el Ejército Auxiliar del Perú, al mando del general José Casimiro Rondeau, en el marco de lo que se conoce como la “Tercera Expedición Libertadora”, los españoles decidieron que era el momento de recuperar la totalidad del territorio y desataron una feroz represión, ultimando uno a uno, a los diferentes caudillos que comandaban las Republiquetas. Se las llamaba así porque eran espacios liberados de toda dominación donde un jefe ejercía el poder contra el invasor. En honor a la verdad, fue el teatro de operaciones de la guerra de la Independencia. Allí se suscitaron episodios épicos y lúgubres, en igual medida. Y sin una explicación lógica, la furia española descargó su ira hacia los revolucionarios de manera demencial. En ese ámbito es donde sobresalió Ildefonso de las Muñecas.
Caudillos de las Republiquetas
El valor de las llamadas Republiquetas no fue menor, a poco que se analice que hubo una suerte de paralelo entre las acciones del Ejército Auxiliar del Perú, sus múltiples vicisitudes y crisis a cuestas durante toda su existencia, y ese grupo de patriotas que eran caudillos locales que se hacían fuertes en sus pueblos –aún a costa de ofrendar sus vidas–, con el único propósito de atizar y renovar el fuego revolucionario que en el territorio altoperuano reconoce dos orígenes: los episodios acaecidos en Chuquisaca y la Paz en 1809, y la revolución del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires.
Las Republiquetas eran en esencia esa lucha por el territorio originario, mucho más extenso de lo que actualmente son Argentina y Bolivia, por dar un ejemplo.
Con este pensamiento coincide Luis Miguel Glave cuando afirma que “el cura Muñecas y la historiografía andina que resumen la naturaleza nacional de las historiografías es una limitación a la hora de comprender realidades múltiples, que anteceden a la creación de los estados nacionales y de los discursos historiográficos que también surgen y se justifican con ellos. Una muestra de ello es la biografía de un personaje que resultó central en la historia popular de la revolución andina por la Independencia, Ildefonso de las Muñecas. De origen vasco, nacido en Tucumán, se hizo jefe revolucionario en Cuzco en 1814 y mantuvo luego alzada la provincia de Larecaja, llamada ‘republiqueta’, por un largo año después de la derrota de la revolución, influyendo casi míticamente en el imaginario popular del altiplano por mucho tiempo después. Su lucha y su biografía no pueden ser tenidas ni por ‘argentina’, ‘boliviana’ o ‘peruana’ pues ambas rebasan la limitación impuesta por esa parcelación ideológica de la realidad. La biografía del personaje sirve para revisar la perspectiva que sobre la revolución de la independencia podemos tener en el mundo andino, discutiendo también los discursos nacionalistas”5.
Así fueron sucumbiendo Manuel Ascensio Padilla en La Laguna por salvarle la vida a su esposa, la célebre Juana Azurduy; Vicente Camargo en Cinti, entre otros valientes guerreros. Entonces fue cuando Rondeau decidió enviar a Muñecas, que abnegadamente se había puesto a sus órdenes con su Batallón Sagrado y fue capturado en el combate de Choquellusca. Rondeau lo había mandado a inmolarse y Muñecas jamás trepidó en ir al frente. No obstante, logró huir para ser recapturado nuevamente en Camata donde fue entregado. Desde allí el mariscal Joaquín de la Pezuela ordenó que se lo recluyera en las casamatas del Callao. Sin embargo, cuando era conducido a ese presidio, engrillado, por un escarpado camino, el oficial al mando de la custodia decidió asesinarlo el 7 de julio de 1816, dos días antes que se declarase la independencia argentina.
Quien anunció su muerte en el Congreso de Tucumán fue el diputado por Chichas, don Juan José Feliciano Fernández Campero, el marqués de Yavi, quien en noviembre de ese mismo año también fue atrapado, encarcelado y engrillado para luego perecer en Kingston, Jamaica en 1822, en la travesía que pretendía depositarlo en España para ser juzgado. Curiosa coincidencia en el trágico destino de ambos patriotas. Muñecas fue ultimado antes de llegar a la prisión del Callao. Fernández Campero llegó allí para ser torturado y humillado, pues no le perdonaron jamás ser un noble español que luchara por la causa de la Revolución.
Dijo el destacado historiador boliviano José Luis Roca García: “Muñecas se convirtió en un caudillo carismático quien, aunque por breve tiempo, impuso respeto y autoridad. Las crónicas lo muestran generoso con los débiles e implacable con sus castigos a quienes abusaban de los indios, por lo cual ordenó varios fusilamientos sin importarle que fueran clérigos como él. Enarbolando principios cristianos dio a sus reclutas indígenas el nombre de Batallón Sagrado, compuesto de 200 plazas regulares dotadas de dos cañones y que tenían como respaldo unos tres mil indios a quienes había liberado del tributo”6.
Tiempo de ambigüedades
Un dato importante que debe señalarse es que la memoria histórica sobre la emancipación del Alto Perú y fundación de la República de Bolivia data de 1809, no de 1810, como ocurre en la República Argentina. Bolivia no ha desarrollado una historiografía revisionista y considera al igual que el Ecuador que sus movimientos nacionales comenzaron en 1809 con los levantamientos de la Paz y Chuquisaca.
Ya por entonces, en los discursos pronunciados en las cátedras de la Universidad de Chuquisaca se advertía una clara posición americanista, mucho más fuerte que la que se observaba en Buenos Aires a pesar de que esta última ciudad había sufrido las invasiones inglesas en 1806 y 1807. A ello debe agregársele la impronta revolucionaria procedente del Cuzco, que desde 1780 con la insurrección de José Gabriel Condorcanqui Noguera –Túpac Amaru III– había inoculado en la región un claro sentimiento americanista en pro de la libertad. Otro tanto cabe decir de las encendidas arengas del fiscal ante la Audiencia de Charcas, Victorián de Villaba, quien en dictámenes y consultas definió una posición decididamente americanista, varios años antes de los episodios acaecidos en 1809 y 1810. No es desatinado afirmar que en el Alto Perú existía una conciencia extendida popularmente sobre una escisión con España, desde mucho antes que se produjera la revolución de Mayo.
En ese contexto, tampoco puede perderse de vista que al producirse la revolución de Mayo de 1810 y deponer al virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, el territorio del Alto Perú quedó envuelto entre dos fuegos políticos; las nuevas autoridades de Buenos Aires enviaron una expedición militar y en consecuencia se formó el Ejército Auxiliar del Perú. Por su parte, el virrey Fernando de Abascal también buscó ejercer su influjo en las diferentes ciudades del altiplano de una importancia estratégica singular.
Por aquellos años comenzó una campaña de instalación de la hermana de Fernando VII –quien se encontraba cautivo de Napoleón Bonaparte–, Carlota Joaquina de Borbón, princesa consorte del rey Juan VI de Portugal. Uno de los impulsores de Carlota, con su proverbial cinismo era José Manuel de Goyeneche, futuro conde de Guaqui.
Goyeneche, que se había educado en España y pertenecía a una acomodada familia arequipeña, previo a ser ascendido a brigadier, había sido enviado por la Junta Central de Sevilla a los virreinatos del Perú y del Río de la Plata con el objeto de que se jurase fidelidad al cautivo rey Fernando VII. La oportunidad que se le presentaba era acorde con su personalidad. Ambiguo y ambicioso, pronto ejercería cierta influencia, no exenta de notables contratiempos. Fue así que se embarcó y llegó a Montevideo el 19 de agosto de 1808, prosiguiendo viaje a Buenos Aires, su primer destino estratégico. A la par que esto sucedía, la infanta Carlota Joaquina de Borbón emitió su famoso Manifiesto que sirvió para que criollos y españoles tomasen partido a favor suyo. Era la hija mayor de Carlos IV y tenía legítimos derechos a ser aspirante a la Corona española7.
Al desembarcar en Buenos Aires, Goyeneche8 alimentó con su perfidia, la inquina que se había montado en contra del héroe de la resistencia y virrey del Río de la Plata Santiago de Liniers. Se lo acusaba de ser partidario de Napoleón, cuando finalmente se inmoló por lealtad a la Corona española. Partió a continuación Goyeneche de Buenos Aires y en su largo viaje a Lima, pasó tres días en Salta, donde fue recibido con todos los honores en la Sala Capitular del Cabildo. En su exposición en la casa consistorial, explicó la difícil situación política por la que atravesaba España. Tras recorrer 4.934 kilómetros, previa escala en su Arequipa natal, llegó a Lima donde se vio envuelto en una enjundiosa situación. Ello debido a que los sucesos de Chuquisaca y la Paz fueron precursores de la independencia de América y marcaron un antes y un después en el ímpetu revolucionario.
Resulta que al llegar finalmente Goyeneche a Chuquisaca desarrolló su plan secreto de instalar la posible investidura de Carlota Joaquina como reina de España y a tal fin convenció al presidente de la Audiencia de Charcas, don Ramón García de Pizarro, el fundador de la última ciudad española en América: San Ramón de la Nueva Orán. Por ese motivo decidieron consultar formalmente al pleno de la Audiencia, que con el dictamen del síndico Manuel Zudáñez declaró subversiva la posición de la princesa Carlota Joaquina en contra del rey Fernando VII y, en razón de ello, el comisionado Goyeneche fue imputado, motivo por el cual debió volver a Lima, donde fue acogido por el virrey Abascal. Este episodio que delata a Goyeneche, marca también una tendencia diferente entre Charcas y Buenos Aires, pues es el generador de los movimientos del 25 de mayo de 1809.
Sin duda, eran muy diferentes las posiciones entre Charcas y la capital del Virreinato del Río de la Plata. Fueron muy distintas también las posiciones adoptadas por los conductores del Ejército Auxiliar del Perú que pisaron suelo altoperuano, de los jefes guerrilleros que combatieron en las Republiquetas. Fue dispar, asimismo, la posición política de Buenos Aires con Chuquisaca, por cuanto desde 1815, la primera decidió enviar emisarios a Gran Bretaña y España con el fin de conseguir una testa coronada europea para que rija los destinos de las naciones que pugnaban por ser libres, mientras que los caudillos de las Republiquetas habían tomado la decisión de luchar hasta ofrendar sus vidas, si era necesario, pero escindirse definitivamente de España. Allí está el quid de la cuestión.
La particularidad del Perú
Para mejor comprensión de porqué se formaron “las republiquetas altoperuanas”, es menester analizar qué sucedió previamente en el Cuzco. En efecto, la arrogancia con que el virrey Fernando de Abascal y Souza –primer marqués de la Concordia Española del Perú– rehuía la aplicación de las reformas liberales de Cádiz era percibida como un desprecio a todo lo que no fuera del entorno virreinal, dando lugar así a un vigoroso movimiento separatista y antilimeño que estalló el 3 de agosto de 1814 en Cuzco. Lo paradójico del caso es que, cuando los revolucionarios del Cuzco exigían al virrey la aplicación de la Constitución de Cádiz, hacía tres meses que Fernando VII, al recuperar la libertad, la había abrogado. La noticia recién llegaría al Perú en septiembre. Es presumible entonces que, al conocerse este hecho, el movimiento cuzqueño viera debilitado su carácter legalista para convertirse en una abierta insurrección antimonárquica y antiespañola. Los criollos de Lima percibieron que, si la insurrección triunfaba, se erigiría Cuzco como capital de una república independiente.
Inicialmente la insurrección no estuvo encabezada por el cacique Pumacahua, sino por los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, donde José oficiaba como jefe. Le exigieron al presidente de la Audiencia de Cuzco, Martín Jara, que diera cumplimiento a la Constitución de Cádiz y éste siguiendo instrucciones del virrey Abascal, los envió a prisión10.
Al poco tiempo los Angulo fueron liberados por sus partidarios y se formó una Junta cuya presidencia se le ofreció a Pumacahua. Como las tentativas de avenimiento fracasaron, el Virrey los amenazó con reducirlos y los insurgentes aceptaron el reto. Se había previsto que la insurrección estallara en simultáneo en Lima bajo el mando del conde de la Vega del Ren, y en Cuzco de José Torres; Saturnino Castro, salteño de origen y que se había enfrentado a Güemes en el Tuscal de Velarde, defeccionó y cuando el foco sedicioso había sido abatido, fue fusilado. El ejército de los sublevados se dividió en tres columnas. Una al mando de Juan Manuel Pinelo y Torre y del rector de la Catedral, Ildefonso de las Muñecas que se encaminaría por Puno hacia La Paz; la segunda columna partiría hacia Huamanga; y la tercera a Arequipa, a la cabeza de Pumacahua y Vicente Angulo. Este levantamiento guarda una extraordinaria semejanza con el de Túpac Amaru III de 1781, pues estuvo dirigida por un veterano de aquellas jornadas, el mismo cacique Mateo Pumacahua, que en aquella oportunidad luchó contra Túpac Amaru. En años posteriores reflexionó y tomó las banderas que antes había combatido11.
Diferencias entre el Ejército Auxiliar del Perú y los caudillos de las Republiquetas
A los grupos guerrilleros instalados en un territorio determinado, el historiador argentino Bartolomé Mitre llama “republiquetas”. Otro historiador, José Luis Roca, sostiene que una de las guerrillas, la de Ayopaya, fue precursora de la república que iba a crearse en 1825. El caso es que, a diferencia de los ejércitos realistas y patriotas que cruzaban el territorio de Charcas con miras a incorporarla al Gobierno de Buenos aires o al de Lima, las facciones guerrilleras eran autónomas en sus decisiones, guardando tan sólo algunos lazos con el del Río de la Plata. Este hecho creó en el corazón de Charcas un fuerte sentido de independencia, reforzado por el lamentable recuerdo que dejaron los ejércitos auxiliares enviados desde Buenos Aires y por el recelo que causaban las tropas venidas del Perú que, en buena parte eran realistas y cuando no lo eran, tenían un fuerte componente indígena que atemorizaba a la sociedad criolla. Esta afirmación de José de Mesa, Teresa Gisbert y Carlos D. Mesa Gisbert resulta a nuestro entender exacta y desde allí debe desentrañarse una parte de la historia que aún hasta nuestros días, solamente la sostienen con indudable acierto los estudiosos bolivianos12.
Según el historiador Charles Arnade13 seis eran las principales “republiquetas”: la de Larecaja al Norte, con Ildefonso de las Muñecas a la cabeza, y al Sur de Juan Antonio Camargo y Miguel Betanzos, más cuatro importantes grupos guerrilleros en el centro del país: Álvarez de Arenales en la zona de Mizque, los esposos Miguel Asencio Padilla y Juana Azurduy en la región de Chuquisaca, Ignacio Warnes en Santa Cruz y la “Republiqueta de Ayopaya” bajo el mando de José Miguel Lanza entre Cochabamba y los Yungas de La Paz. Estas “republiquetas” conservaban ciertos lazos con la Junta de Buenos Aires; así Padilla y Warnes habían sido nombrados por los jefes argentinos y Álvarez de Arenales guardó muy estrechas relaciones con los ejércitos auxiliares; el mismo José Manuel Lanza comprometido con la guerrilla de Ayopaya, había sido enviado por el general José Rondeau, jefe del tercer ejército auxiliar. Pero ese no fue el caso de Ildefonso de las Muñecas que, junto con Juan Manuel Pinelo, trajo directivos de los revolucionarios del Cuzco en procura de conseguir el control de la zona Aymara.
Aunque el repliegue de Muñecas a Larecaja fue forzado por la enorme superioridad de las fuerzas realistas, cuando tuvo que abandonar La Paz perseguido por las tropas del general Juan Ramírez Orozco, su facción sirvió heroicamente para obstaculizar el paso de las tropas realistas por el Norte. Es que sin el accionar de los caudillos de las republiquetas altoperuanas, el paso de los españoles hacia el sur hubiese sido un paseo. De allí también la conexión que varios de ellos, en especial José Miguel Lanza, mantuvo con Martín Miguel de Güemes. El caudillo salteño valoró siempre esta suerte de vanguardia guerrillera que cuando era superada en los avances realistas, les operaba en la retaguardia y aminoraba su marcha, inexorablemente. Lo cierto es que Muñecas y Camargo dirigían facciones patriotas que tenían bajo control las dos llaves estratégicas de la entrada y salida a la audiencia de Charcas: Cotagaita al Sur controlada por Camargo, y la región del Norte bajo la autoridad de Muñecas14.
Hubo un punto de quiebre que generó una división insalvable entre la jefatura del Ejército Auxiliar del Perú y los caudillos que comandaban las republiquetas altoperuanas. Y fue el desastre de Huaqui, Guaqui, batalla del Desaguadero o Yoraicoragua. Entre Huaqui y Suipacha, primer triunfo de las armas patriotas transcurrieron o se dilapidaron más de siete meses. El desorden en el tristemente célebre Campamento de Laja llegó al colmo de lo que podía ser una formación militar en vísperas de un combate decisivo. Si a Suipacha le hubiese seguido una estrategia programada y una rápida decisión, tal vez la historia hubiese sido diferente. Nunca se le perdonó al Representante de la Junta –tal era el título que ostentaba– Juan José Castelli las arbitrariedades y profanaciones que cometió en el entonces Alto Perú y los excesos con los que utilizó el poder conferido. Menos aún las consecuencias de una derrota magistralmente descripta en un libro escrito por Alejandro M. Rabinovich, titulado Anatomía del Pánico15. Fue a partir de entonces que los grupos guerrilleros se fueron multiplicando, sin que nunca hubiesen sido convocados por los diferentes jefes del Ejército Auxiliar del Perú. Tal vez también percibieron objetivos muy diversos. Para los jefes de las republiquetas, la libertad y la independencia era innegociables y mucho más aún la formación de nuevas naciones, a poco que observaran un cuerpo armado indisciplinado y que se manejaba con altanería y total desconocimiento de la complicadísima y abstrusa geografía del lugar. Así se entiende a Ignacio Warnes, quien es idolatrado en Santa Cruz de la Sierra, donde se le erigió un monumento en su plaza central o al vencedor de La Florida, Juan Ignacio Álvarez de Arenales. Warnes porteño y Arenales de origen castellano, nunca sucumbieron en sus designios de entregar todo de sí por la causa de la libertad.
El otro punto de quiebre fue Sipe Sipe o Viluma, derrota tras la cual el territorio altoperuano quedó definitivamente escindido de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Señala con sumo criterio Emilio A. Bidondo que el gran campeón de la libertad, el doctor Ildefonso Escolástico de las Muñecas –nacido en San Miguel de Tucumán– cura rector de la catedral de Cuzco, ya en 1809 se había decidido por la causa de la revolución americana. En 1814 había intervenido con bravura en los sucesos de La Paz, cuando el cacique Mateo Pumacahua y otros se levantaron en armas. Luego de los desgraciados acontecimientos con lo que terminó aquel alzamiento, logró refugiarse con algunos fieles compañeros en la región de Larecaja, al norte de La Paz16.
Cuando el 29 de noviembre de 1815 las tropas del mariscal Joaquín de las Pezuela arrasaron al Ejército Auxiliar del Perú en Sipe Sipe y como consecuencia del desbande posterior se retiró por completo del Alto Perú; otra vez los caudillos altoperuanos sintieron la soledad, el abandono y la desidia en ni siquiera haber sido convocados a unirse en la lucha: otra vez se repetía la historia de Huaqui y quedaba en evidencia la abismal diferencia de propósitos entre unos y otros. Así lo entiende también el coronel Emilio Bidondo cuando afirma que luego de la retirada del Ejército Auxiliar de las provincias Interiores, los insurgentes que allí luchaban quedaron desvalidos, y más que eso, librados a su propia suerte. Pese a tal circunstancia adversa, su fervor revolucionario no decayó un ápice, y prueba de ello fueron los levantamientos de La Paz y Cochabamba a los que habrían de sumarse otros de parecida importancia. En muchas regiones del Alto Perú, la guerra, ahora irregular, se mantenía en plena actividad pese a los esfuerzos del brigadier Goyeneche y sus jefes divisionarios. Entendemos que la toma de Cochabamba contribuyó en gran medida a endurecer la lucha que siguió. Las ejecuciones y el saqueo de la ciudad mostraron a los pueblos que ahora no habría cuartel y la contienda era matar o morir, tanto en el campo de batalla como en los cadalsos, y así fue: más de un centenar de caudillos murieron por conquistar la libertad del Alto Perú, durante un batallar sin pausa que se habría de prolongar por quince años17.
El accionar del cura Muñecas
Huérfano de apoyo y condicionado por razón del número, Muñecas inició una nueva etapa de su quehacer revolucionario. No permaneció ocioso en su refugio montañés, por el contrario, sublevó en masa a multitudes de esa región –de prolongada tradición revolucionaria– a las que gobernaba en su doble condición de caudillo y sacerdote. Pudo así establecer un nexo entre la latente insurrección del Bajo Perú y los revolucionarios de la zona de influencia de La Paz. Se puso de acuerdo con los caudillos Monroy, Carrieri y Carrión –que se habían fugado como él de La Paz– y con una multitud de indios y criollos mantuvo en vilo a los realistas que avanzaban al Este y sudeste del río Desaguadero.
Las partidas de los caudillos fueros abatidas en diferentes combates en lo que presentaron frente y lucharon denodadamente en los Altos de Paucarcolla, entre Puno y Lampa. Monroy al verse sitiado se suicidó de un pistoletazo, en tanto que Carrión y Carrieri más otros cinco jefes fueron tomados prisioneros y fusilados en el acto. Sus cabezas se expusieron en picas ubicadas a la vera del camino a La Paz para escarmiento. Aun así, librado a su suerte, todo esto no arredró a Muñecas. Al contrario, sin desanimarse por semejante contraste, don Ildefonso marchó hacia Larecaja, pasando por Huanca y Omasuyos. Desde allí amenazó a los realistas de Puno y La Paz, hasta donde llegaban sorpresivamente sus partidas.
Era por entonces un émulo de Don Quijote, con la gran diferencia de que no luchaba contra molinos de viento, sino contra uno de los tres ejércitos más poderosos de la tierra. En represalia, una partida integrada por cuatrocientos soldados salió de La Paz en su persecución. Sin embargo y pese al triunfo en Sipe Sipe o Viluma, los realistas debieron regresar exhaustos luego de treinta y seis días de combate contras las guerrillas de Muñecas, a las que no pudieron doblegar. En razón de ello el sacerdote tucumano quedó como dueño de la región Norte y Este del lago Titicaca18.
Ante su fracaso, los realistas organizaron una nueva expedición para capturar a Muñecas y destruir a los revolucionarios que lo acompañaban. La agrupación se compuso de dos columnas. Una partió de La Paz a las órdenes del comandante Aveleira; y la otra desde Puno, al mando del coronel Agustín Gamarra, quien años más tarde sería presidente del Perú independiente y posteriormente falleció combatiendo en la batalla de Ingavi, en 1841.
Estas fuerzas debían maniobrar por el Sur y el Norte del lago Titicaca y luego irrumpir por la cordillera de Sorata para arrinconar a Muñecas contra la montaña. No obstante, con una diezmada hueste, Muñecas continuó la lucha para lo cual se apoderó del pueblo de Sorata: a continuación, se replegó hacia el Norte, bordeando el Titicaca y estableciendo su cuartel general en Ayata. Su propósito era impedir el paso de los ejércitos venidos de Lima para lo cual ganó la adhesión de los indígenas. Posesionado de esa comarca, hacia mediados de 1815, el cura revolucionario organizó una tropa militar e impuso su autoridad para administrar justicia y dictar normas de gobierno. Para lograr apoyo dispuso la abolición del impuesto que se les cobraba por considerarlo bárbaro y repugnante. Fue así que Muñecas se convirtió en un caudillo carismático quien, aunque por poco tiempo, impuso respeto y autoridad. Las crónicas de la época lo muestran generoso con los débiles e implacable con sus castigos a quienes abusaban de los indios por lo cual ordenó varios fusilamientos sin importarle que fueran clérigos como él19.
Triste y solitario final
A finales de febrero de 1816, la columna norte, al mando de Gamarra, alcanzó el pie del nevado de Sorata y el 27 de febrero Muñecas fue completamente batido en Cololo, tomándole más de un centenar de prisioneros mestizos que componían su ya famoso Batallón Sagrado. Todos fueron pasados por las armas con vehemencia y brutalidad despiadada y sus cabezas se exhibieron en todos los poblados que circundaban el norte del lago20.
Sin duda en el Alto Perú fue donde la desmesura y la inusitada crueldad de las tropas españolas alcanzó su clímax. Una suerte de vesania y oprobio se apoderó de los realistas quienes con particular saña acometieron contra los insurgentes. Fue entonces que Muñecas, destruido el núcleo militar, se refugió en las inaccesibles quebradas del Valle de Larecaja, donde se ocultó viviendo en una cueva, socorrido por algunos indios fieles hasta que un día, un indígena compadre suyo lo denunció a las fuerzas españolas.
Fue tomado prisionero con treinta compañeros más, los cuales fueron pasados inmediatamente por las armas. Muñecas –cual Cristo de la Puna– fue entregado por Pezuela al capitán limeño Salazar, a quien le profesaba estima por su actuación en Ayoayo. Salazar recibió la orden de conducir al preso al Cuzco, para allí ser degradado y ahorcado. Sin embargo, antes de llegar al Desaguadero, entre Tiahuanaco y Huaqui, el 7 de julio de 1816, fue asesinado por sus captores en forma vil, mediante un disparo por uno de los soldados que lo conducía y por la espalda, por orden expresa del despiadado Salazar. El cadáver quedó abandonado a la intemperie y fue recogido por unos indios amigos del sacerdote y enterrado en la Capilla de Huaqui. Una modesta cruz conservada por los mismos indios, señala el lugar donde tuvo su trágico fin Ildefonso de las Muñecas, el cual según la versión realista murió por un tiro escapado accidentalmente.
Ese combatiente de mil batallas21 que acuñó sueños emancipadores tiene como homenaje el tramo de una calle céntrica de Tucumán. Sin embargo, sus proezas, su entrega, su sacrificio y la devoción por la causa de la Patria, merecen que se le tributen los honores propios de quien dio lo mejor de sí para forjar los destinos de un país soberano asentado en la solidaridad.
En su historia se reúnen valores sublimes que jamás deben ser echados al arcón de la desmemoria, sino erguidos en el pedestal glorioso de quienes alumbraron nuestro destino como Nación. Ojalá estas líneas conmuevan alguna conciencia para que ello ocurra y sea posible introducirlo en la gesta de la Independencia, como uno de sus hombres fundamentales. Nuestro país necesita bucear en el pasado y reencontrar en los fundadores de la Nación el sentido de sus luchas y la razón de sus proezas.
Notas
1. En su Historia del General Martín Güemes y de la provincia de Salta o sea de la Independencia Argentina, Tomo II, p. 201 (Bs. As., Depalma, 1971), Bernardo Frías explica de manera magistral todo lo acontecido antes, durante y después de esa batalla decisiva. Particularmente, debe tomarse nota de la descripción del tristemente célebre Campamento de Laja.
2. Resulta muy interesante el libro de Alejandro Martín Rabinovich, Anatomía del pánico: la batalla de Huaqui, o la derrota de la Revolución (1811). Bs. As., Sudamericana, 2017, porque brinda una exposición diáfana sobre los sucesos que rodearon la derrota de Huaqui.
3. Es notable que la historiografía argentina no presta mayor atención a la llamada Guerra de Republiquetas o de partidarios, porque durante varios años, el guerrear de estos caudillos fue una preocupación constante al fuego voraz que les lanzaba el Ejército de Tierra –tal como hasta la actualidad se denomina al ejército español– en su afán de avanzar libremente hacia el sur. A esa resistencia deben sumársele las heroicas acciones del general Juan Antonio Álvarez de Arenales y de Ignacio Warnes, dos bastiones patriotas en el Oriente boliviano.
4. Bilbao Ritcher, José: El Fantasma Tucumano de la Libertad. Bs. As., Editorial Círculo Militar, 2013, comentario sobre la obra de contratapa.
5. Glave, Luis Miguel: Un héroe fragmentado. El cura muñecas y la historiografia andina. En Andes ISSN: 0327-1676 saramata@unsa.edu.ar Universidad Nacional de Salta Argentina.
6. Roca García, José Luis: Ni con Lima ni con Buenos Aires, la formación de un Estado nacional en Charcas. La Paz, Plural Ediciones, 2017, p. 413 y ss., 3ª edición.
7. El Carlotismo tuvo por un tiempo bastante aceptación en algunas figuras de Buenos Aires.
8. Herreros de Tejada, Luis: El teniente general D. José Manuel de Goyeneche - Primer Conde de Guaqui, apuntes y datos para la historia. Barcelona, 1923, p. 331 y ss.
9. Cornejo, Abel: Jefes Sitiadores: quienes fueron los españoles que invadieron Salta. Salta, Mundo Editorial, 2021, p. 62 y ss., edición del Bicentenario.
10. Roca García, op.cit., p. 413 y ss.
11. Ibidem, p. 414.
12. Mesa, José de; Gisbert, Teresa y Mesa Gisbert, Carlos D. Historia de Bolivia. La Paz, Editorial Gisbert, 2008, p. 261 y ss., 7ª edición actualizada y aumentada.
13. Citado en Mesa, Gisbert y Mesa Gisbert, op.cit., p. 261.
14. Ibidem, p. 161.
15. Rabinovich, Alejandro Martín: Anatomía del pánico: La batalla de Huaqui, o la derrota de la Revolución (1811). Bs. As., Sudamericana, 2017.
16. Bidondo, Emilio A.: Alto Perú - Perú, insurrección, libertad e independencia (Campañas Militares) 1809 -1825. Salta, Artes Gráficas, 1989, p. 281.
17. Bidondo, Emilio A.: La Expedición de Auxilio a las provincias interiores (1810-1812). Bs. As., Círculo Militar, 1987, p. 355.
18. Bidondo, Alto Perú, insurrección, libertad e independencia…, op.cit., p. 282.
19. Roca García, op.cit., p. 420 y ss.
20. Bidondo, op.cit., p. 282.
21. Cornejo, Abel: ¿Quién fue Ildefonso de las Muñecas?, en Voces Críticas, Salta, sábado 4 de julio de 2020.
Fuente de la Información: Todo es Historia