La batalla de Salta
20/02/2022. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
El 20 de febrero de 1813 es uno de los acontecimientos fastos de la historia argentina.
La historia y la leyenda enseñan que después del triunfo de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, el jefe del Ejército Auxiliar del Perú, MANUEL BELGRANO, tuvo el coraje de desoír las órdenes del Triunvirato, que le indicaban retroceder hasta Córdoba y, en cambio, atender los consejos de varios patriotas tucumanos, entre ellos Bernabé Aráoz, que le indicaban hacer frente a la batalla. Debe recordarse que Belgrano no solo no era militar, sino un eximio abogado y académico que no estaba acostumbrado a esas lides y tanto su fe como su valor patriótico lo impulsaron a conducir un ejército que debía enfrentarse ante el poderoso contingente español, preparado para combatir y entrenado para vencer.
En los prolegómenos de la batalla, Belgrano fue advertido por Apolinario Saravia, el bravo jinete de fuego que luego se destacaría como triunfador de Sauce Redondo y una serie de combates en la Guerra Gaucha, que torciera el rumbo de las tropas y no ingresara a Salta por el Portezuelo, pues sería aniquilado por Pío Tristán, a quien Belgrano había conocido en Salamanca.
La advertencia de Saravia y la hospitalidad de su padre, don Pedro José, el salteño que más correspondencia tuvo con el futuro libertador San Martín, hicieron que el general patriota y sus tropas acamparan en la vieja hacienda de Castañares, donde pernoctaron. Belgrano, enfermo y afiebrado, vomitó sangre antes de la batalla. Sin embargo se repuso y comandó a sus hombres con una entereza inigualable.
La vieja hacienda, propiedad de don Pedro José Saravia, es donde las tropas recibieron víveres, ganado y pertrechos. Saravia, jamás aspiró a que se le reconociese nada de todo lo que le brindó al Ejército Auxiliar del Perú, tal su nombre oficial, porque su condición de patriota primaba por sobre cualquier circunstancia.
Las fuerzas nacionales se desplegaron al norte de la ciudad de Salta, cortando el antiguo Camino Real hacia Jujuy, lo que les permitió interceptar correspondencia y de hecho dejar sitiados a los españoles. Esa posición les cortaba una eventual retirada.
Entre los jefes patriotas se destacaban Manuel Dorrego, Eustaquio Díaz Vélez, Cornelio Zelaya y José María Paz quien en sus Memorias Póstumas recordaría este día con especial ahínco.
El alineamiento del Ejército de Belgrano se formó como abanico. Iba desde la actual avenida Uruguay, donde se abre en una suerte de peñón y se une a Reyes Católicos, hasta el Campo de la Cruz, por aquel entonces denominado Campo de las Carretas y luego, Campo del Honor.
Las tropas del creador de la Bandera se ubicaron en cinco columnas paralelas de infantería, ocho piezas de artillería, dos escuadrones de Caballería y una columna mixta con cuatro cañones de reserva. El ejército realista estaba compuesto por tres mil quinientos soldados y tendió su radio de combate en dos líneas. En la primera desplazó tres batallones de infantería, cubriendo su flanco izquierdo con quinientos jinetes. A la vanguardia colocó diez piezas de artillería. En total eran 3.500 soldados, número sensiblemente superior a las filas del ejército patriota.
Abrió fuego el ejército realista y las bocas de sus fusiles debían mantener la frecuencia sin pausa para hacer retroceder a los patriotas a como diese lugar.
Fue entonces cuando embistió la caballería de Manuel Dorrego, con dos escuadrones de cazadores, precisamente en la curva de la actual avenida Uruguay, que por esa época era un angosto desfiladero por donde corría la Zanja Blanca, el viejo cauce del río Caldera. Esa carga fue rechazada por el bando español y en dicha escaramuza fue herido Díaz Vélez. Sin embargo, Zelaya acudió en su auxilio y evitó el avance enemigo.
Allí Belgrano impartió una orden decisiva que fue embestir sobre el medio de la fusilería española; esto ocasionó un zafarrancho por el cual los realistas comenzaron a retroceder hasta parapetarse en el entonces hospital de San Andrés, actual convento de San Bernardo. También generó que el ejército real quedase absolutamente dividido en dos flancos, que a su vez se fragmentaron en otros dos. Uno partió a proseguir la lucha en las Lomas de Medeiros, donde Martina Silva comandando los Ponchos Azules los hizo rendir. Y otro se atrincheró en la iglesia de los Monjes Mercedarios, que años más tarde sucumbiría en su estructura a raíz del terremoto de 1844.
Un episodio singular se produjo con la defección de la caballería española bajo el mando del Marqués del Valle de Tojo, don Juan José Feliciano Fernández Campero, quien había sido seducido días antes de la batalla por Juana Moro, la cual lo había hecho jurar que para seguir frecuentándola debía capitular. Y el marqués cumplió su promesa, lo que años más tarde le significaría la prisión, la tortura y la muerte en alta mar y fuese enterrado en Kingston, Jamaica, hasta que muchos años después sus restos fueron repatriados a Jujuy. Eran las dos de la tarde del 20 de febrero cuando se escucharon tronar los últimos cañonazos y silbidos de bala en la Batalla de Salta. Una bandera blanca se agitaba desde la torre de la iglesia de los Monjes Mercedarios.
A su vez, se había combatido con denuedo en la entonces Plaza de Armas, actual 9 de julio y dentro de la Iglesia Matriz -ubicada en que hoy es la esquina de Mitre y Caseros- había quedado un tendal de muertos. Pronto comenzaron a tañer las campanas anunciando el triunfo patriota. Y en honor a ello el 21 de febrero de 1813, el general Belgrano bautizó como calle de la Victoria a la entonces calle de Yocci, actual calle España. Paradojas de la vida nacional. Lo que sigue es conocido: Pío Tristán juró y luego perjuró que no alzaría las armas en contra de la Patria y mucho tiempo después el general José María Paz observaría que esos juramentos rotos y la demora en el avance del Ejército Auxiliar ocasionarían la pérdida del Alto Perú en Vilcapugio y Ayohuma, al igual que lo que había sucedido tres años antes en Suipacha.
Pero esa ya es otra historia.
Fuente de la Información: El Tribuno