La muerte de Güemes y su proyección en nuestros días
17/06/2023. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
Cuando doscientos dos años más tarde se analizan los últimos días y las horas finales de Martín Miguel de Güemes, nos ayudan a entender cuánto le costó entonces a un país en ciernes, y, a la vez, cómo le cuesta ahora alcanzar ese anhelo plasmado
Por Abel Cornejo
Recordemos que en 1821 había caído la autoridad nacional del último director supremo de las provincias Unidas del Río de la Plata, José Rondeau, que se había enfrentado primeramente al héroe salteño y que, merced al Pacto de los Cerrillos, ese antagonismo tornó en una amistad duradera hasta el último suspiro del caudillo. Ese desorden, conocido en la historiografía como la "Anarquía del año 20", impactó tanto en el ánimo de Güemes que propiciaba la reunión de un Congreso a celebrarse en Catamarca en 1823; finalmente, nunca se llevó a cabo, precisamente por el asesinato de su principal impulsor.
Actualmente se recurre a las ucronías, es decir a las historias posibles o contrahistorias, para reconstruir el pasado ¿Era posible la realización de ese Congreso de Catamarca de 1823? Es difícil predecirlo. Incluso dos siglos después, porque en los próximos años que siguieron a la Anarquía del año 20 las posiciones poco a poco comenzaron a enconarse y a definirse dos corrientes de opinión que en los siguientes lustros traerían un baño de sangre a la todavía naciente Argentina. Habría que esperar al Acuerdo de San Nicolás y al Congreso General Constituyente que sancionó la Constitución de 1853, previo a que se librara la batalla de Caseros. Eso ocurriría recién treinta y dos años después de la muerte del prócer salteño.
A la par de toda esa situación que condicionó la organización constitucional del Estado, tal como lo anhelaba Güemes que sucediese en Catamarca en 1823, a él se le fue formando una suerte de frente opositor en todas las direcciones. Una tormenta perfecta. Mientras se enfrentaba con las huestes del entonces denominado presidente de la República del Tucumán y fuese batido en el Rincón de Marlopa y Acequiones, traición mediante de Alejandro Heredia, en Salta fue destituido como gobernador y en su lugar fue encumbrado Saturnino Saravia. Aparece entonces el vínculo entre el presidente tucumano Aráoz con los líderes de la facción conocida como la Patria Nueva, que era en realidad un grupo de conjurados que quería eliminar a Güemes a como diera lugar. A su vez, un antiguo y valiente lugarteniente del gobernador salteño, Manuel Eduardo Arias, también se unió a los complotados, a lo que se sumó una circunstancia muy particular y propia de los tiempos oscuros que cada tanto se producen en la historia de los pueblos, como fue la correspondencia entre todos estos actores con el jefe de las partidas españolas de vanguardia, el brigadier Pedro Antonio Olañeta, quien comandaría la quinta invasión realista a Salta y enviaría al Barbarucho, José María Valdés, a matar a Güemes. Valdés, que ingresó subrepticiamente a Salta por el camino conocido como el despoblado, tal como entonces se denominaba a la actual Quebrada del Toro, traía consigo información privilegiada que le había proporcionado días antes en Humahuaca, Mariano Benítez, a quien Güemes por pedido de su madre, María Magdalena Goyechea, le había perdonado la vida tiempo antes. Del perdón de Güemes a tomar el camino de la traición solo hubo un breve lapso, cual fue el de recuperar la libertad para auparse por la quebrada hasta el campamento de Olañeta y marcarle cuáles eran las coordenadas que tendrían por fin asesinar al gobernador de Salta.
Cuando Güemes volvió a Salta, desde Rosario de la Frontera, entonces llamada Frontera del Rosario, para reasumir el mando gubernativo, pues contaba con pleno apoyo popular y la cáfila de insurrectos era un elite que lo aborrecía, más no numerosa, pudo haber sido asesinado por un personero de los conspiradores llamado Bonifacio Huergo, quien so pretexto de acercarse al caudillo le descerrajó un tiro a menos de un metro que solamente traspasó la capa del gobernador, el que a su vez salió en bravía persecución, que culminó cuando el pretendido asesino se cobijó en su casa, según Güemes, tras los faldones de su mujer. Por eso es que lo sucedido en las primeras horas del 7 de junio ya no era una sorpresa. Salta había sido sitiada por quinta vez por los españoles. Esta vez con plena colaboración local. Güemes había sufrido dos revoluciones previas. El cabildo, aprovechando su ausencia, le había revocado el mandato que le había otorgado el pueblo de Salta. Sus enemigos, locales, próximos y lejanos se habían coaligado para eliminarlo con apoyo español ¿Que podía suceder entonces más que lo que sucedió? Este magnicidio, el tiempo que llevó organizarlo y la cantidad de personas involucradas es único en la historia nacional y refleja el grado de exaltación y perfidia hasta donde pueden llegar las pasiones exacerbadas, cuando la razón sucumbe ante la pasión. La muerte de Güemes fue mucho más que una herida en nuestro pasado. Importó la postergación de un proyecto geopolítico que quedo inconcluso. La eliminación de la escena política y militar del principal aliado que tenía en su país el general José de San Martín, con la consecuente repercusión en su plan continental que buscaba la confluencia entre el Ejército de los Andes y las tropas de Güemes en Lima, como una suerte de flanco derecho.
De haberse producido ese encuentro, otra también hubiese sido la suerte de la famosa Entrevista de Guayaquil. Se abortó el Congreso de Catamarca de 1823, que seguramente pudo haber evitado el derramamiento de sangre y el horror de la guerra fratricida entre unitarios y federales que de alguna manera inauguró para los tiempos la grieta argentina, o dicho en palabras de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina.
Ante la ausencia y supresión de una personalidad como la de Güemes, los ánimos, lejos de pacificarse, continuaron caldeados y entonces Salta entró en guerra con Jujuy, que culminó con la Batalla de Castañares, el 13 de diciembre de 1834. Desde el 17 de junio de 1821 hasta ese episodio bélico de 1834, Salta se estremeció en la pugna de facciones que solamente fue atenuada, según Bernardo Frías, durante el gobierno del canónigo Juan Ignacio de Gorriti, único sacerdote que fue gobernador de Salta. No obstante, previamente a que asumiera Gorriti una serie de luctuosos enfrentamientos hizo que la sangre enlutara las calles de Salta. La memoria de nuestro pasado es, sin duda evocativa. Sin embargo, más allá de su holocausto personal, la mirada de Güemes, su visión política, y su liderazgo todavía esperan después de dos siglos que se las saque del panteón de la historia y se las lleve a la práctica, por el bien de Salta.
Fuente de la Información: El Tribuno