Laprida, de la gloria de presidir el Congreso que declaró la Independencia a una muerte horrorosa en la guerra civil
09/07/2020. Análisis y Reflexiones > Análisis sobre Cultura
El prócer sanjuanino, a menudo olvidado, fue enviado por el general San Martín a Tucumán. A su regreso se vio enfrascado en las luchas por el poder entre unitarios y federales. Tuvo un final espantoso. Para Domingo Sarmiento -a quien le salvó la vida-
Tuvieron que recurrir a José de San Martín para hacerlo entrar en razones. Cuando en 1815 se celebraron elecciones en las provincias para designar a los diputados que participarían del Congreso a reunirse en Tucumán al año siguiente, en San Juan primero fue electo Fray Justo Santa María de Oro. Pero como por el número de habitantes a esa provincia le correspondía otro diputado, en septiembre realizaron una nueva elección que dio como ganador a Francisco Narciso de Laprida. Sin embargo, éste se negó a aceptar el resultado porque no habían participado los hombres de zonas alejadas de la provincia y reclamó que se hiciese un nuevo comicio. Había impugnado su propio voto.
“Que Laprida vaya a Tucumán”, ordenó San Martín, por entonces gobernador de Cuyo. Y así el 24 y el 25 de marzo de 1816 prestaría juramento junto a los otros congresistas. Del 1 de julio al 1 de agosto ocupó la presidencia del cuerpo y fue clave para incluir en el orden del día del 9 la cuestión de la independencia, la elección de Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo y la aprobación de la bandera nacional. “Al fin estaba reservado a un diputado de Cuyo ser el presidente del congreso que declaró la independencia, y doy a la provincia mil parabienes por tal incidencia”, escribió San Martín.
Sin embargo, Laprida fue mucho más que ese gesto adusto que los manuales de historia inmortalizaron presidiendo la sesión, rodeado de sus pares. Es el “prócer olvidado”, como lo definen sus descendientes.
Desde abajo
Fue un esfuerzo importante el de su padre, el comerciante asturiano José Ventura Laprida y su madre, la sanjuanina María Ignacia Sánchez de Loria, para que su hijo Francisco Narciso, que había nacido el 28 de octubre de 1786, estudie en el Real Colegio de San Carlos, en Buenos Aires. El matrimonio formaría una familia con cinco hijos, dos varones y tres mujeres.
Una vez terminados sus estudios, sus padres lo enviaron a la prestigiosa Universidad de San Felipe, en Chile, donde se graduó en leyes y en derecho canónico. Tuvo como compañeros a personalidades que harían historia en nuestro país, como Tomás Godoy Cruz, Fray Justo Santa María de Oro y Felipe Arana, entre otros y enseguida entró en sintonía con los movimientos independentistas chilenos.
Con los títulos bajo el brazo, volvió a San Juan a vivir de su profesión. No aceptó ser Procurador del cabildo. Porque dentro de sus atribuciones estaba la de cobrar los impuestos, y él sostenía que además de tener que ser una persona honrada, el funcionario debía responder con su patrimonio ante cualquier irregularidad; y como era una persona “que carezco de bienes suficientes”, declinó el cargo. Fue alcalde de primer voto.
Se vinculó con San Martín cuando éste fue gobernador de Cuyo. Su padre colaboró con dinero y cuatro esclavos -había ofrecido 16- al ejército que se estaba formando contra viento y marea para la campaña libertadora.
Luego de su participación en el Congreso de Tucumán volvió a su provincia donde durante tres meses en 1818 se desempeñó como gobernador interino en la gestión de su amigo José Ignacio de la Roza, quien en su momento había propuesto a San Martín el nombre de Laprida para el histórico congreso. En esos noventa días hizo de todo: estableció reglamentos de policía, de instrucción pública, de moral, de agricultura y de comercio. Hasta fue el responsable de introducir el sauce llorón, gracias a los brotes que había traído de Chile. Sería nuevamente gobernador interino en 1821 cuando el titular enfermó.
Necesitó de una dispensa papal para casarse con Micaela Sánchez de Loria, ya que era su prima hermana. Tendrían cuatro hijos: Clarisa del Carmen, Marisa Delfina, Amado y la última, Dalmira de Jesús que nacería cuando su padre ya había sido asesinado.
Cuando su amigo de Roza en 1820 fue destituido y encarcelado, con una condena de fusilamiento a cumplirse en cualquier momento, Laprida iba a visitarlo. Una vez fue vestido de fraile y le ofreció el hábito a su amigo para que escapase, y él se ofreció a ocupar su lugar. De Roza se negó, aunque salvó la vida. Finalmente, fue desterrado. Laprida había dado una muestra de lo que era jugarse por un amigo.
Unitarios y federales
Sería nuevamente diputado al congreso de 1824 y, embanderado en la causa unitaria, decidió mudarse con su familia a Mendoza por la presencia del caudillo federal Facundo Quiroga en su provincia. “Ese doctorcito…” decían los federales cuando se referían a él.
En Mendoza se enroló como cabo en el Batallón de El Orden de la División de Cívicos. Le habían ofrecido el rango de oficial, pero se negó por no ser militar. En abril de 1829, el general José María Paz había derrotado a Quiroga en el combate de La Tablada y los unitarios, sintiéndose fuertes, derrocaron al gobierno federal local, y colocaron en la gobernación a Rudecindo Alvarado, un general héroe de las guerras de la independencia.
Iniciado como masón en la Logia Lautaro de Mendoza y venerable maestro de la Logia San Juan de la Frontera, estuvo muy comprometido en la lucha política y en la defensa de los valores republicanos. Eso lo hizo ubicarse en la mira de muchos. Por eso sus amigos le insistieron en que debía huir a Chile, pero se mantuvo fiel a sus convicciones. “Este es mi destino y lo seguiré hasta el final”.
El fin
El federal José Félix Aldao, conocido popularmente como el fraile Aldao, un ex cura dominico que dejo los hábitos para tomar la carrera de las armas y la política, llegó a Mendoza a poner orden. Acompañado por su hermano Francisco, por el general Benito Villafañe y por el coronel Manuel Quiroga Carril, hizo sitiar la ciudad.
Ese 22 de septiembre de 1829, los ejércitos se encontraron en lo que hoy es el barrio Batalla del Pilar, en Godoy Cruz, que entonces se llamaba San Vicente. Aldao envió a su hermano a parlamentar con los unitarios. Aparentemente, las gestiones prosperaban hasta que ocurrió lo impensado.
Aldao, borracho, hizo disparar seis culebrinas sobre el grupo que parlamentaba, y mató a su propio hermano. Poseído de una furia incontrolable, al verlo muerto, mientras lo llamaba a los gritos, dio la orden de matar sin cuartel.
La lucha culminó con el desbande de los unitarios. Laprida alcanzó a aconsejarle a un joven de 18 años, sanjuanino como él, llamado Domingo Faustino Sarmiento, que escapase, que era muy joven para morir. “Laprida, el ilustre Laprida; me amonestó del peligro que acrecentaba; si lo hubiera seguido no podría deplorar ahora la pérdida del hombre que más honró San Juan”, escribió tiempo después.
Sarmiento vio por última vez a Laprida cuando escapaba junto al capitán Barrera.
En el campo de batalla quedaron 400 cadáveres. Aldao ordenó ejecutar a todos los prisioneros, perseguir a los que habían huido y matarlos también.
Laprida, como tantos, se dirigió hacia el este. El sanjuanino fue acorralado por una partida enemiga en un callejón en San Francisco del Monte, donde fue ultimado. Le faltaba un mes para cumplir 43 años.
El misterio es que no se sabe cómo murió.
Unos dicen que recibió un lanzazo y que luego fue degollado; otros le adjudicaron una muerte aún más horrenda. Que fue enterrado vivo en el medio de la calle, y que dejaron libre solo su cabeza, y que las patas de los caballos hicieron el resto.
Sí se supo la identidad del victimario: Ventura Quiroga del Carril. Los rumores decían que le había dado muerte porque siempre había querido a su esposa. Lo cierto fue que tres días después Quiroga del Carril fue fusilado por haberlo asesinado fuera del campo de batalla.
Habrían identificado el cuerpo del infeliz Laprida por el monograma “N.L” bordado en su camisa. Pero como todos los muertos fueron enterrados en una fosa común, su cuerpo nunca se recuperó.
Jorge Luis Borges, descendiente de Laprida por vía materna, escribió en 1943 el Poema Conjetural, dedicado a su ilustre antepasado. Esa brillante pieza literaria finaliza:
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Federico Laprida, chozno del prócer y miembro de la Asociación Fundadores de la Patria, contó a Infobae que uno de los tesoros que la familia guarda del prócer es una carta que su viuda al año de la muerte de Laprida envió al gobernador solicitando una pensión. “Nada ha quedado en casa que pueda sacrificar”, se lamentaba. Pero no obtuvo respuesta.
Con los años, fue a vivir a la ciudad de Buenos Aires con Clarisa, su hija soltera. Ella, que había estado casada con un hombre que había sido diputado en tres oportunidades, gobernador interino en dos, que sostenía que un funcionario debía responder con su patrimonio, figuraba en el primer censo de 1869 como planchadora.
Es que todo tenía sentido: era la viuda del “prócer olvidado”.
Fuente de la Información: Infobae