Los debates
12/10/2023. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
Durante dos domingos seguidos se ha inaugurado una buena práctica electoral, hasta no hace mucho, desconocida para los argentinos: los debates presidenciales.
El primero se llevó a cabo en Santiago del Estero, el segundo en la Facultad de Derecho de la ciudad de Buenos Aires. La otra variación en torno a la discusión pública de los candidatos es que está regulada por una ley, que establece que si alguno de ellos no asiste a la disputa, pierde automáticamente el derecho a promocionar sus ideas mediante la publicidad electoral.
Hasta allí, todo resulta auspicioso y novedoso. Y es de esperar que esta buena práctica se extienda por muchos años y sea cada vez más necesaria y exitosa.
Ahora bien, cuando se sancionó la ley 27.337 se estableció que la autoridad sobre las contiendas ciudadanas públicas entre los candidatos es la Cámara Nacional Electoral, organismo centralizado con sede en Buenos Aires que entiende en grado de apelación sobre todas las decisiones que toman tanto los veinticuatro jueces federales con competencia electoral, como las Juntas Electorales Nacionales. Es decir es un órgano judicial por antonomasia, integrado solamente por tres jueces, cuya jurisprudencia es obligatoria para todos los jueces federales del país. Tiene también la Cámara cierto manejo económico durante el tiempo electoral y la supervisión de los comicios nacionales.
Con esas atribuciones parecería resultar suficiente; sin embargo la ley que regula los debates dispone la obligatoriedad de la concurrencia a ellos de los candidatos presidenciales y es una reforma al Código Electoral Nacional. Es decir no es una ley autónoma, de tal suerte que las dos contiendas públicas y obligatorias de los candidatos que deben realizarse, una en el interior y otra en la Capital Federal forman parte del cronograma electoral y como tal de la órbita de decisión y organización de la Cámara Nacional Electoral y allí debemos formular una objeción tajante.
En efecto, cuando la ley se refiere a quien organiza y establece los temas dice lo siguiente: la Cámara Nacional Electoral, con asesoramiento de organizaciones del ámbito académico y de la sociedad civil comprometidas con la promoción de los valores democráticos, convocará a los candidatos o representantes de las organizaciones políticas participantes, a una audiencia destinada a acordar el reglamento de realización de los debates, los moderadores de los mismos y los temas a abordar en cada uno de ellos. En todos los casos, a falta de acuerdo entre las partes, la decisión recaerá en la Cámara Nacional Electoral. Los resultados de la audiencia deberán hacerse públicos. Y allí precisamente es donde vemos que se afecta no ya la espontaneidad que debe primar en la discusión, en tiempos de coaching absoluto que modula hasta las personalidades de los competidores, sino también la libertad con la cual deberían hacerse las preguntas. Llevar a las entelequias judiciales los debates presidenciales que la ciudadanía espera con tanta avidez, es como alejarlos completamente de la realidad.
No son los comandos de campaña, ni los medios de comunicación quienes desarrollan las preguntas y las eligen, sino organizaciones del ámbito académico y de la sociedad civil. Y en una democracia plena es a la prensa, exclusivamente, a quien le incumbe y atañe, conforme al pálpito de la realidad cotidiana, fijar los temas de discusión para los que aspiran a gobernar el país.
Con mucha mayor razón, si la consulta desemboca en la confección de un reglamento, que es lo mismo que establecer un sistema de filtros y controles previos para la realización de un debate que requiere, ante todo, que los candidatos se muestren tal cual son y respondan a preguntas concretas, referidas a hechos puntuales, porque entonces necesariamente deberán explayarse sin eufemismos, sin ambages, sin rodeos. En definitiva, dar la cara. Basta imaginar que las organizaciones periodísticas eligiesen representantes para integrar un panel de preguntas, no consensuadas ni reglamentadas, y que si se quiere la Cámara Nacional Electoral, solamente se ocupe de la duración de los tiempos de preguntas y respuestas, como de la moderación.
Entonces sí tendríamos no un espectáculo, sino una aproximación a la verdad, como también a la personalidad libre de quienes compiten por la Presidencia de la Nación. La prensa tiene el pulso exacto de los temas que afligen y preocupan a los argentinos, pero además, el propio sistema democrático requiere que los medios de comunicación, en tanto difusores de las noticias sobre lo que ocurre, sin censura alguna, cumplan un rol fundamental no solamente en lo que se refiere a la libertad de expresión, sino en lo que respecta a transmitir inquietudes, que únicamente ellos, conforme a su trabajo diario, pueden determinar exactamente. Los medios recogen opiniones de la televisión, las radios y las redes en forma constante; no están imbuidos del grave ambiente académico de las palabras cortas y medidas, sino a describir lo que ven, con el perfil ideológico que cada uno tiene. Lógicamente debe ser así, porque también los candidatos representan a sectores diferenciados dentro de la sociedad.
Todos los pasos que dispone la ley, no parecen ser el método adecuado. La frescura y la subitaneidad de una pregunta y una respuesta pueden modificar sustancialmente la opinión de la ciudadanía con respecto a una candidato o candidata presidencial; tanto en una dirección como en otra. En el primer debate televisado de la historia, que sucedió en los Estados Unidos, el 26 de septiembre de 1960, no fue tan solo un hito en la historia de la televisión mundial, sino que precisamente, sin tantas regulaciones que lo encorsetaran, cambió diametralmente a la opinión pública norteamericana; y de pronto Richard Nixon, por ese entonces vicepresidente candidato a la presidencia por el Partido Republicano, se vio envuelto en una nebulosa, trastabilló en sus respuestas y se lo vio pálido y dubitativo. Nixon encabezaba las encuestas. En tanto Kennedy, poseedor de un gran carisma, joven y apuesto, se mostró suelto, seguro de sí mismo y con un discurso innovador que marcó una época e inauguró una nueva forma de hacer política. A la postre Kennedy derrotó a Nixon después del debate y fue electo presidente de los EE.UU.
Ciertamente si esa discusión hubiera estado regulada por representantes del ámbito académico, como en Argentina, el resultado electoral y la opinión de la gente, hubiese sido otro, absolutamente diferente. Es así que, en el futuro, esperamos ansiosos que sea la prensa la encargada de conducir los debates, sin concesiones, ni acuerdos previos, en la convicción de que la opinión libre es un sustento irreemplazable de la democracia y de quienes quieren llegar a la presidencia.
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Fuente de la Información: Hola Salta