Los gauchos en la gloria de Suipacha
09/03/2021. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
El campo de batalla era singular. De haber vivido en ese tiempo, seguramente hubiese inspirado al célebre pintor Cándido López quien, cincuenta y cuatro años más tarde inmortalizaría con sus óleos las dramáticas escenas de la Guerra de la Triple A
El pueblo de Suipacha tenía a sus espaldas, al norte y al oeste, unos cerros que lo protegían. Al socaire (**). Y por esas alturas se elevaba serpenteante el camino a Potosí. Entre el pueblo y la playa del río San Juan o de Suipacha quedaba una fértil ribera en la que los lugareños sembraban trigo. Había también pequeñas quintas de verduras y hortalizas. Todo irradiaba una policromía de singular encanto. Las parcelas sembradas estaban cercadas de tapias de barro y piedra, las que aprovechó el Ejército Real del Perú para parapetarse y cubrirse del ataque del ejército patrio. El Ejército Auxiliar del Perú tenía sed de combate, pues había sucumbido en Santiago de Cotagaita, combate en el que no peleó Martín Miguel de Güemes. A las once de la mañana del 7 de noviembre de 1810 comenzó la lucha. Al igual que en la estrategia empleada por el ejército realista en Cotagaita, el general José Córdoba y Rojas dio la orden de esperar que el jefe del Ejército Auxiliar del Perú, Antonio González Balcarce, ata cara.
El poblado de Nazareno estaba enclavado en las primeras estribaciones de un cerro y el camino real pasaba por allí. Balcarce advirtió con acierto que había otro pequeño promontorio, llamado cerro de Choroya, que obstruía la visual al ejército español al mando de José de Córdoba y Rojas y allí ordenó a ocultarse un importante contingente del Ejército Auxiliar con el objeto de que las fuerzas españolas saliesen a perseguirlo.
A diferencia de la improvisación en Cotagaita, para Suipacha hubo una meditada planificación de las acciones. Las fuerzas ocultas tras el cerro de Choroya eran nada menos que las piezas de artillería que desde Salta había enviado con enorme esfuerzo Calixto Gauna, más la caballería gaucha que comandaba Martín Miguel de Güemes, incorporada al Ejército Auxiliar. Los gauchos eran voluntarios reclutados de Salta y Jujuy, y tenían la particularidad de que le respondían únicamente a Güemes.
En esos aprontes, los adversarios dejaron pasar las horas, hasta que se hicieron las tres de la tarde. Entonces Balcarce decidió que había que incitar a los españoles al combate y mandó doscientos soldados para que avanzaran por la playa del río y abrieran fuego con dos cañones. Córdoba aceptó el lance y aparecieron algunos soldados españoles disparando en forma de guerrilla, esparcidos por las acequias y los fosos que habían cavado, con lo cual Balcarce consiguió sacarlos de la posición defensiva en que inicialmente se habían colocado y como el fuego se tornó vivísimo, Córdoba decidió enviar refuerzos en apoyo. Fue así que la posición primitiva de los españoles quedó en el olvido y al descubierto. Como había logrado con creces el objetivo que había pergeñado de manera inteligente, Balcarce de pronto dio la orden de que se simulara una masiva retirada del ejército patrio e incluso que los soldados gritasen como si hubiesen entrado en pánico. Córdoba creyó que se repetía el desbande Cotagaita y mandó a eliminarlos. Mientras se iniciaba la persecución los gritos de la soldadesca eran cada vez más fuertes y Córdoba aumentaba su bravura, creyéndose el vencedor. Sin embargo, prontos a llegar al cerro de Choroya, el ejército patriota de pronto se detuvo, se dio la vuelta y volvió a dar batalla en forma brutal, ante la indisimulable sorpresa española y en ese momento entró en escena una feroz carga de caballería comandada por Martín Güemes, con tal velocidad y destreza, que quienes hasta ese momento se creían vencedores, quedaron atrapados en el pavor y la desesperación.
Allí Güemes estrenó lo que sería su futura forma de combatir. Primero los rodeó, luego los atacó por varios flancos posteriormente los gauchos salieron a galope tendido como si abandonasen el campo de batalla y tras ellos ingresó otra carga todavía con más fiereza que fue diezmándolos. Güemes les arrebató personalmente el estandarte real y sus gauchos se hicieron de varias piezas de artillería, dándose el particular espectáculo de que los habitantes de los pueblos originarios que allí residían se posaron en los cerros circundantes e imbuidos de una enorme algarabía, empezaron a dar vivas a los soldados patriotas y a los gauchos, tanto como a maldecir a los españoles. Para ellos era la reivindicación ancestral de todas las humillaciones sufridas desde los tiempos de Pizarro y Almagro y el renacer de Atahualpa. Fue entonces cuando el pavor se apoderó definitivamente de los españoles, debido a que a la furia gaucha se fueron sumando los antiguos habitantes de las alturas y comenzaron a rodear el teatro de operaciones, lo cual produjo una retirada ominosa. Cruzaron el río desordenadamente y fueron cayendo uno tras otro, hasta que se rindió Sui pacha.
Los hijos de la vida mínima no son los hijos de la vida máxima, escribió Joaquín Castellanos en el poema El Borracho. Por eso enfureció a Güemes que Juan José Castelli, delegado de la Junta de Mayo con poderes supremos, con quien no había tenido un buen vínculo desde el inicio, no lo incluyese en el parte de guerra del combate de Suipacha. En la primera biografía escrita sobre el héroe gaucho en la ciudad de Lima, en 1847, dice Dionsio Puch: "el capitán Güemes conoció muy pronto la envidiada aunque difícil posición que le deparaba el destino, y no se hizo esperar mucho tiempo para desempeñar su rol importante, saliendo al encuentro del orgulloso íbero un puñado de valientes; las primeras balas que arrojó el fusil republicano sobre los estandartes de Pizarro fueron disparadas por Martín Miguel de Güemes". Este fragmento del general Puch resume de manera magistral que la gloria de Güemes estaría signada por la envidia, la perfidia y la intriga. La historia lo corroboró.
(*) Suipacha está ubicada en Tupiza, en el departamento de Potosí.
(**) Protección por el lado opuesto a aquel de donde sopla el viento.
(***) Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Jurídicas
Por Abel Cornejo
Fuente de la Información: El Tribuno