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02/11/2023. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
Hasta hace unos años se usaba frecuentemente dentro del léxico cotidiano esta palabra para describir metafóricamente una gran confusión, un mar revuelto, un estado de incertidumbre. Las crisis cíclicas de la Argentina nos han hecho pasar por no pocos
Por Abel Cornejo
Y normalmente cuando aparece una crisis económica pronunciada, como si antes no hubiesen existido, irrumpen voces de hasta bajo las baldosas para poner en duda el sistema y pronosticar destinos apocalípticos a nuestra amada Nación. La crisis en indiscutible. Los ciclos intempestivos se producen regularmente, cada diez o quince años, máximo. Es cierto. Además, de que no hay una conciencia ciudadana, ni mucho menos gobernante de que cuando la inflación asoma hay que cortarla y extirparla de raíz. Porque después crece y sus nefastas consecuencias hace asomar la siempre presente tentación autoritaria. Las incertidumbres argentinas son tantas en esta época que hasta hace un poco más de cuatro meses, una coalición política que en las últimas cuatro elecciones venia en franco ascenso, perdió y prácticamente comenzó a resquebrajarse. El oficialismo cambió candidato presidencial cuarenta y ocho horas antes del cierre de listas y finalmente emergió con inusitado vigor, una nueva fuerza disruptiva cuyos ejes no parecen muy compatibles con el futuro del desarrollo argentino. Sí coinciden las tres fuerzas en pugna, ahora sólo dos van al balotage, que las soluciones que el país requiere rondan entre lo monetarista y financiero. Como casi siempre ocurrió, es probable que podamos sortear la turbulencia, una vez más. Sin embargo los problemas estructurales de la Argentina para no repetir historias pasadas y recientes, perdurarán, en tanto no se hagan cambios sustanciales que desde muchos años son necesarios.
No parecen auspiciosos para el futuro argentino ni la dolarización más el cierre del Banco Central, ni el desguace general del Estado, ni llevar el tipo de cambio a niveles estratosféricos, con el consecuente impacto a la disolución del salario que ello trae aparejado y ciertamente el freno a la producción nacional. Ya lo reiteramos antes y lo reafirmamos ahora, que la Argentina ha dejado de tener un proyecto nacional que sea una suerte de GPS para sus destinos. Sin duda la conformación de ese proyecto, no requiere de ninguna subjetividad ni de tantos renunciamientos, sino construir nuevas bases de gobernabilidad que pasa por cambiar y sustituir algunos aspectos que van, desde el diseño institucional hasta la nueva organización del país. En lo institucional, urge una reforma constitucional que abandone ciertos parámetros obsoletos adoptados en la Reforma de 1994 y en cambio explorar nuevos horizontes, tales como: la disminución del poder presidencial que a esta altura resulta agobiante y nos vuelve un país unitario, centralista e inequitativo; en cambio deberíamos ir hacia un sistema donde el Congreso de la Nación tenga un protagonismo central donde se puedan realizar acuerdos de gobernabilidad efectivos.
De nada sirvió la figura del jefe de Gabinete de Ministros. La Argentina en su tradición republicana tuvo en el Ministro del Interior no sólo al jefe de la cartera política, sino a quien motorizaba la relación con las provincias. Era la figura fuerte del gabinete después del presidente. Hoy quedó reducido a una figura híbrida a la que en algún momento se le dio competencia en materia de transporte: un disparate.
Las provincias argentinas en sus límites e instituciones básicas deben permanecer igual. Lo que debe diferir de manera inmediata es la organización económica del país. La Constitución permite crear regiones y en nuestro país en forma casi natural, contamos con una suerte de división geográfica que permite adoptar rápidamente ese diseño. Noroeste, Nordeste, Litoral o Mesopotamia, Zona Central o Núcleo, Cuyo y Patagonia son las seis divisiones a partir de las cuales desde la recaudación hasta la política tarifaria, debería ser confeccionada para cada una de manera diferenciada, particularizada y concreta. El sistema funciona en Chile y España, ¿porque no en la Argentina? Incluso los tribunales regionales de justicia, ya tienen un esbozo en las Cámaras Federales que abarcan más de una provincia en su jurisdicción. Recursos de casación regional, agilizarían enormemente el aletargado sistema judicial y permitirían su celeridad. Redes ferroviarias regionales apurarían el transporte y el traslado de la producción hacia los puertos y abaratarían costos. Obras públicas de impacto regional traerían un progreso a otra escala con el consecuente impacto para la región. En los noventa hubo un intento de construir la red federal de autopistas, que fue un proyecto genial esbozado por el ingeniero Guillermo Laura. Nunca fue escuchado. Laura fue uno de los profesionales más idóneo y especializado en mejorar la red caminera argentina. De haberse llevado a cabo el “Plan Laura”, el transporte y la circulación argentina hubiesen dado un giro copernicano. Y hoy estaríamos mejor. Ni qué decir en materia aeroportuaria. Por ejemplo si Salta, Córdoba, Mendoza fuesen hub, podríamos recibir vuelos internacionales de manera permanente sin la necesidad de concentrarse en Ezeiza. Hubo tibios intentos de hacerlo. Si de cada una de esas tres ciudades partiesen frecuencias internacionales de manera continua, el impacto regional al turismo y la economía se vería en pocos meses. Los hub son puntos estratégicos de conexión global. Nos abren las ventanas del mundo. Y abre la posibilidad de inversiones duraderas.
La posibilidad de establecer polos tecnológicos a nivel regional, trabajando de manera conjunta con las universidades nacionales, no sólo permitiría el desarrollo y el afianzamiento de tecnología, conectividad y progreso, sino impacto económico para un crecimiento equitativo y razonable en zonas postergadas. Provincias como San Luis, Catamarca, La Rioja o La Pampa, por dar cuatro casos, podrían transformarse rápidamente y a la vez, con estos cambios, cada región generaría fuentes de trabajo genuinas que tanta falta hacen en nuestro país. Indudablemente que si gobernar es dar fuentes de trabajo, junto con este factor más la seguridad jurídica se forma un ambiente propicio para las inversiones. Todo ello, nos debería conducir a que exista una economía libre con moneda propia y contratos que se puedan pactar en cualquier tipo de monedas. Eso es una economía abierta realmente. De la mano del superávit fiscal y el giro favorable que daría la balanza comercial al poder exportar al doble o triple de lo que se compran los insumos, toda la acción social se podrían realizar sin corruptela y con la interacción entre el sector público y el sector privado. Automáticamente el peso argentino volvería a ser una moneda preciada y con valor. Finalmente, debería realizarse una reforma impositiva integral que destrabe y favorezca la producción nacional en todos sus aspectos y eliminar todo tipo de trabas impositivas y cambiarias que de una vez y para siempre pongan a la economía argentina en el lugar en que debe estar. Lamentablemente, no son los temas que se discuten en campaña, pero si los empezamos a discutir, seguramente en 2025 serán insoslayables e imposibles de no tratarlos entre los candidatos que aspiren a mejorar realmente este bendito y querido país.
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Fuente de la Información: Hola Salta