Réquiem para Eduardo Galeano
14/04/2015. Análisis y Reflexiones > Análisis sobre Cultura
Abel Cornejo recuerda a Eduardo Galeano quien dejó un legado de compromiso y solidaridad.
Los silencios son imprescindibles para que las palabras multipliquen su sentido. Esa frase tan sencilla como extraordinaria, le pertenece a Eduardo Galeano. Un hombre de barrio, apasionado por el fútbol hasta el paroxismo, observador de la realidad como pocos y conversador incombustible. Un filósofo inconsulto con una vastísima formación enciclopédica. Con una voz gruesa y entonada más apta para un locutor profesional de los viejos programas de radio que para un pensador, y la mirada azul como la de un ángel de la guarda, se fue un uruguayo cabal. Tan cabal como Mario Benedetti o Pepe Mujica, con un profundo sentido de la ética y una militancia épica por la libertad.
Lector de cuanto libro caía en sus manos, reflexionaba con pausas mientras meditaba en voz alta. Usaba la ironía como una suerte de burla a sí mismo. Así fue que muchos años después de haber escrito ese libro esclarecedor de conciencias como fue “Las venas abiertas de América Latina”, se animó a decir que era horrible y que su ímpetu pudo más que su razón. No necesitó ningún espacio público para militar, porque como dijo alguna vez en Buenos Aires, las causas del pensamiento sólo encuentran cauce en la voluntad superadora de los pueblos. Tenía y sentía el orgullo de ser uruguayo, pero se animó a sentirse profundamente argentino, porque coincidía en la visión de Artigas que la Patria Grande se desgajó por la estulticia de la ambición de las elites.
Había que animarse a ser patriota cuando lo único que se sabía con certeza era que los fusiles y la prepotencia acallarían mil voces, explicó otra vez. Una frase que podía ser utilizada tanto hace doscientos años, como en el presente. Le repugnaban la soberbia y la irracionalidad de las dictaduras, la injusticia, las postergaciones y la opresión. Era un bohemio amigo de Joan Manuel Serrat. Quería una América Latina pobre pero digna y que cada uno de los ciudadanos que la forman tuviese una mínima oportunidad de acceder a la educación, a la cultura, a la salud. Supo ser ácido en sus críticas y valiente en sus opiniones. No le interesaba la riqueza, al punto que hace muchos años había decidido no almorzar, porque el hambre de los que realmente sienten hambre, no podía ser suplida por comidas diarias de aquellos que tienen todo y nada les falta. En un restaurante dijo alguna vez que se sentaba para acompañar a un amigo, porque prefería tener hambre y sed de solidaridad. Despreciaba la ostentación y la acumulación de bienes, porque afirmaba que el pensamiento no puede estar condicionado a una suma de cosas inexplicables que de nada sirven tener.
Se fue un hombre que fue un ejemplo de vida, de sabiduría y de comprensión de la realidad social latinoamericana, que transmitía paz aún en el enojo circunstancial, o en la pasión de sus ideas. Se fue un hincha del fútbol que disfrutaba tanto del gol como el colorido de su querido Nacional de Montevideo, pero como era profundamente uruguayo también sentía cariño por Peñarol. Ambos son la fiesta solía repetir. Le gustaban los preparativos domingueros de aquellos que derraman hasta lágrimas en las tribunas, y veía en las derrotas de su equipo una especie de tragedia griega de las sociedades modernas. Me gusta escribir para tener amigos anónimos dijo Eduardo Galeano, seguramente como en este caso, en Salta y en otras tantas ciudades, en las costumbres y en las picardías de muchos barrios malevos como el tango, en las murgas candomberas montevideanas en el grito ahogado de muchos hinchas, se nos fue un grande y querido amigo. Hasta siempre Eduardo…