Seis reveladores datos de Martín Miguel de Güemes que no nos enseñaron en la escuela
17/06/2024. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
Martín Miguel de Güemes es un prócer que ha tardado largo tiempo en ser reconocido como tal, pero ahora la información sobre su vida y obra comienza a conocerse y difundirse
Por ROLANDO KLEMPERT
El 17 de junio de cada año se conmemora en la Argentina un nuevo aniversario de la muerte de Martín Miguel de Güemes, a quien todos conocemos como un héroe salteño de poncho y larga barba, que fue clave en la defensa de la Revolución de Mayo y protagonista de nuestra independencia, asegurando la frontera norte de nuestro actual territorio. Lo hemos aprendido a lo largo de nuestra trayectoria escolar.
Quien haya tomado algo más de contacto con la vida y la obra de este prócer muy poco reconocido hasta hace apenas unos años sabrá también que Güemes fue asesinado durante una emboscada, y quizás sepa que recibió un disparo en un glúteo, que lo hizo agonizar durante varios días hasta su fallecimiento.
También nos han enseñado en la escuela que Don Martín Miguel de Güemes fue un verdadero líder popular, amado por los gauchos de su provincia, y que lideró un feroz ejército conocido como “Los Infernales”, que azotaba a los españoles como un relámpago en los paisajes más inhóspitos del norte argentino.
Y seguramente podremos recordar además que fue un gran amigo de Manuel Belgrano (quien le tenía un enorme respeto); y que el propio José de San Martín lo puso al frente de la avanzada en el norte, mientras él organizaba y ejecutaba el cruce de los Andes a Chile para sorprender a la resistencia imperial española en Lima desde el sur.
Todo esto es cierto, pero es apenas la punta de la lanza en la historia de Güemes quien, entre otras cosas, fue héroe de la resistencia y las reconquistas de Buenos Aires en las dos Invasiones Inglesas, protagonizando hazañas pocas veces vistas en la historia militar (por ejemplo, logró tomar un barco con su escuadrón de caballería; sí, abordó ¡a caballo! una fragata inglesa, en un hecho que merece un relato aparte).
Para conocer un poco más sobre el héroe gaucho que se homenajea en este día (ahora declarado feriado nacional), vale la pena repasar seis cosas que seguramente no sabías de la vida de Martín Miguel de Güemes.
1- ¿UN HÉROE GANGOSO?
Algo que sin dudas pocos saben que era considerado un magnífico orador, capaz de encender el corazón de sus hombres y llevarlos a tomar arriesgadas maniobras, a pesar de que si había algo que no sobraba en esas latitudes era el dinero para comprar simpatías. En sus años al frente de la lucha en el norte, jamás recibió una sola moneda por parte del Directorio. Buenos Aires básicamente lo “toleraba” porque le resultaba útil, aunque en verdad despreciaban sus métodos de combate de guerrillas y de relacionamiento con el pueblo. Nadie cuenta mejor esto que el general José María Paz, el mismísimo General Paz que da nombre a la avenida que hoy circunvala la capital federal.
El retrato más conocido de Martín Miguel de Güemes
En sus “Memorias”, Paz demuestra una gran admiración por Güemes, a quien conoció personalmente en las campañas al Alto Perú, y destaca un aspecto todavía menos conocido del líder salteño: Güemes era un magnífico orador a pesar de ser “sumamente gangoso”. “Hacía enormes esfuerzos por hacerse entender”, escribió.
Según Paz, en su juventud el caudillo norteño sufrió “enfermedades sifilíticas” que “lo privaron de la campanilla, haciéndolo sumamente gangoso”, revelando un Güemes humano, frágil y, sobre todo, resiliente, a quien todos los gauchos respetaban a pesar de sus dificultades vocales.
2- LA MALA SANGRE
Los detractores del salteño, especialmente los militares de escuela, de los cuerpos de línea, para quienes Güemes era un salvaje y un improvisado, solían poner en duda el valor del héroe gaucho, asegurando que jamás participaba de los combates; por el contrario, era habitual que huyera ante la posibilidad de enfrentamientos. Esto era cierto. Pero el general Paz, testigo privilegiado de estos hechos, explicó que eso también estaba relacionado con la misma enfermedad venérea contraída en la juventud.
Culpa de la sífilis, sostiene el general cordobés, Güemes sufría de una “depravación humoral”, y el doctor Redhead le había advertido hacía años que cualquier herida podría causarle la muerte.
El general José María Paz es tal vez una de las mejores fuentes para conocer Güemes. En sus «Memorias» le dedica numerosas líneas en las que lo describe personalmente y también analiza su liderazgo social, político y militar
Paz no lo sabía explicar en aquel entonces, pero hoy los historiadores coinciden en que Güemes padecía hemofilia. Como se sabe, la hemofilia es un trastorno por el cual la sangre no coagula normalmente y, en efecto, cualquier herida podría hacer que se desangre.
Esa fue, según la enorme mayoría de las fuentes y las investigaciones modernas, la causa de su muerte. Güemes murió desangrado luego de ese disparo “en el cuadril”, según lo relata Paz, al que muchos otros hubieran sobrevivido.
Corresponde señalarlo, existe una corriente minoritaria que sostiene que nada eso es cierto, que no padecía hemofilia, e incluso sostiene que no hay prueba de que fuera gangoso. La teoría es de Pedro Antonio Álvarez, el primer médico legista del Poder Judicial en Salta, quien afirma que Güemes murió por una “gangrena” pelviana producida por “tétanos”, producto del balazo recibido aquella noche.
3- NINGÚN “SALVAJE”
Tal como se señalaba, los militares y políticos porteños veían a Güemes como un bárbaro. Su afinidad con el gauchaje y los pobres era inconcebible para la aristocracia de Buenos Aires, y menos aún en un hombre de su poder.
Varias veces intentaron domarlo a través de la política, las armas y los recursos económicos (fracasando en cada intento, desde luego), y a más de uno le habrá provocado una indigestión cuando el propio San Martín lo eligió como pieza clave de sus hazañas independentistas.
El general Belgrano le regaló su sable a Güemes, a quien admiraba y consideraba un amigo
Pero Martín Miguel de Güemes no era ningún bruto, y su linaje se remontaba a los tiempos de la colonización. Su padre era Gabriel de Güemes Montero, un español sumamente ilustrado que ejercía como tesorero de la Real Hacienda; su madre, María Magdalena de Goyechea y la Corte, jujeña, pero descendiente del fundador de San Salvador de Jujuy en 1593, Francisco de Argañaraz y Murguía.
Tuvo una formación intelectual en su casa y ya a los 14 años (en 1799) se enroló en un regimiento fijo que el Virreinato del Río de la Plata instaló en el norte luego de la revolución fallida de Tupac Amaru, precursora de la Revolución de Mayo de 1810 y otras insurrecciones americanas).
En 1805, el virrey Sobremonte temía una posible incursión de fuerzas inglesas (y no se equivocó), por lo que el regimiento de Salta fue llamado a Buenos Aires. En 1806 el joven Güemes tuvo su primera gran prueba de fuego en las primeras invasiones inglesas, y luego las segundas en 1807. Y allí conoció a los principales líderes militares, que luego promoverían su ascenso.
Güemes al frente de sus «Infernales», el temible ejército gaucho con el que no pudieron los españoles en el norte del país
Para Paz, Güemes no fue ningún bruto al adoptar la guerra de guerrillas o de montoneras, sino que consideraba que era la única estrategia de guerra posible en estas tierras muy distintas a las europeas, con una idiosincrasia diferente. Y eso quedó demostrado en las décadas subsiguientes.
De hecho, Güemes fue un pionero en el combate con plena caballería, explica Paz: los españoles y los militares de línea criollos formados “a la española” o “a la francesa”, estaban acostumbrados a basar sus operaciones en una amplia infantería, en una caballería de apoyo bien montada y en una artillería pesada, con cañones y municiones cada vez más destructivos, lo cual tenía aparejados enormes desafíos logísticos. Los Infernales de Güemes, en cambio, eran una fuerza ágil, flexible, que se movía en terrenos inhóspitos para quienes no son del lugar y, sobre todo, con hombres dispuestos a combatir hasta las últimas consecuencias. Eran capaces de aparecer y desaparecer entre los cerros, de día o de noche, con una velocidad sorprendente. Los grandes caudillos y generales venideros, como Facundo Quiroga (e incluso lo admite el mismo Paz), aprendieron de él.
4- ¿EL ALTO PERÚ SE PERDIÓ POR SU CULPA?
Fracasadas las dos primeras campañas al Alto Perú, la tercera lo encuentra a Güemes como teniente coronel y como el hombre de confianza de San Martín en el norte. Cuando Buenos Aires envía la tercera expedición del Ejército del Norte, al mando esta vez del general José Rondeau, su misión era darle apoyo a ese cuerpo para transitar por esos duros parajes y llegar hasta Potosí y Lima.
Y Güemes lo hizo estupendamente bien, al punto que fue clave en la victoria de Puesto del Marqués, ya en 1815, y luego lo ayudó a tomar Potosí (incluyendo la Ceca en la que se acuñaba moneda).
José Rondeau, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Playa, al frente del Ejército del Norte en la tercera campaña al Alto Perú, culpaba a Güemes por su derrota en esa misión
Pero Rondeau, sugiere el general Paz, era un hombre soberbio que demostraba un gran desprecio por el incipiente caudillo y sus gauchos. De hecho, menospreció el conocimiento del salteño respecto al terreno y decidió marchar hacia el norte sin víveres y sin realizar inteligencia previa de la zona. Paz es durísimo al enumerar sus errores tácticos.
Güemes, desairado pero con inteligencia política, lo dejó hacer a su gusto, retirándose hasta Jujuy. Y, de paso, le robó el armamento al Ejército. Para cuando Rondeau se enteró, ya estaba aislado y sin apoyo. Intentó acudir infructuosamente a Buenos Aires. Según Rondeau, si el salteño lo hubiera ayudado, él hubiera podido llegar hasta Lima y tomar la capital del Alto Perú de una vez por todas; de modo que lo declaró “traidor” y fue tras él. Lo encontró en Salta tratado como un ídolo popular y a cargo del gobierno.
Rondeau, quien también era entonces el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, no pudo con él. Después de días marchando por los cerros y combatiendo sin alimento y casi sin agua, tuvo que capitular y apenas consiguió que le dieran comida, liberaran a sus prisioneros y lo dejaran marcharse de nuevo a Jujuy. A cambio, lo tuvo que reconocer como gobernador.
Tras este fracaso, Rondeau fue desplazado y reemplazado como director supremo por Carlos María de Alvear. Dice Paz que cuando sus camaradas le reprochaban los innumerables errores en esa campaña, él seguía culpando a Güemes por la pérdida del Alto Perú.
5- EL PIONERO DE LAS CUASIMONEDAS PROVINCIALES
En tiempos en los que se discute la posibilidad de que las provincias argentinas puedan volver a emitir cuasimonedas para hacer frente a sus compromisos económicos ante la falta de fondos nacionales, podría señalarse que Martín Miguel de Güemes fue un pionero en la materia.
Según Abel Cornejo, uno de los mayores expertos en la historia política y económica de Güemes, el año 1817 fue muy “paradójico” para el entonces gobernador: si bien estaba en la cumbre de su gloria política y militar, las arcas provinciales estaban en números rojos.
Las «macuquinas» eran monedas muy torpemente confeccionadas pero de enorme circulación en aquellos años. Podían ser de oro o de plata, e incluso fraccionarse. Pero por causa de la guerra, la Ceca de Potosí no estaba pudiendo acuñar monedas oficiales, y así proliferaron falsas macuquinas. En medio de una grave crisis financiera en Salta, Güemes hizo emitir su propia moneda (una cuasimoneda), a partir de un impuesto cobrado a los ricos. Y les hizo acuñar una letra «P», de «Patria»
Dado que se había prohibido el comercio con el Alto Perú, floreció el contrabando y se produjo una fuerte caída de la recaudación fiscal. Además, todavía eran tiempos turbulentos y la guerra necesitaba recursos
Pero su ministro de Hacienda, Pedro Antonio Ceballos, tuvo una idea: cobrar un impuesto a los ricos y acuñar con eso una moneda de plata de baja denominación. Aunque en 1815 se tomó la Ceca de Potosí, donde acuñaba el dinero el Virreinato (y también de los primeros años de la Revolución), esa zona estaba en pleno conflicto y eso complicaba la producción y la distribución de las monedas oficiales.
“Lo cierto es que, si bien esa moneda de baja denominación comenzó a circular de manera profusa, nunca fue acuñada por orden del líder salteño, dado que tanto por su apego al orden como también para no romper relaciones con las autoridades centrales, Güemes era sumamente cauteloso de tomar ese tipo de decisiones”, cuenta Cornejo en una columna para El Tribuno.
La realidad marca que esa moneda fue un éxito, ya que se extendió por Jujuy, Orán, Tarija, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero, donde empezó a aceptarse sin inconvenientes.
Por ese entonces, agrega, circulaban las monedas de oro y plata llamadas “macuquinas”, cuyo valor solía variar mucho, según el nivel de desgaste o de autenticidad que tuvieran, perjudicando en estos casos a los más pobres. Por eso, Güemes intervino en el mercado y les hizo acuñar un sello con la letra “P”, de “Patria”, para evitar falsificaciones y discusiones sobre su valor.
La decisión de Güemes evitó una crisis mayor y ayudó a Salta a salir de la parálisis económica, pero Buenos Aires no se lo perdonó. “La medida fue amonestada por el poder central, a tal punto que Güemes debió emitir otro bando derogatorio, el 24 de mayo de 1818. Ciertamente, al poder central no se le ocurrió que ese recurso al que debió someterse el líder gaucho solo podía ser zanjado con la provisión de algún otro circulante, o lo que hubiese sido lo óptimo autorizar y mejorar el resello. Era tal la envidia y la ira que provocaba en ciertas elites la figura de Güemes, que pronto sus enemigos utilizaron esta acuciante situación para denostarlo y presentar a un gobernante abnegado, probo y pobre como un falsario”, subraya Cornejo.
6- UNA MUERTE ABSURDA
Así como la aristocracia cívico-militar porteña miraba con desprecio a Güemes, también lo hacía la alta sociedad salteña. Los motivos, señalan los historiadores, eran varios. Tal vez el más superficial era que Güemes, al no recibir apoyo de Buenos Aires más que el poco que pudiera acercarle el Ejército a su paso (su amigo Belgrano, por ejemplo, le consiguió algunos fondos militares), les cobraba impuestos especiales a los hacendados para sostener los costos de la administración y de la guerra.
Y como su ejército era gaucho, eso llevaba a un problema algo más profundo: la plata de los ricos se destinaba a lo más bajo de la sociedad, alimentando los históricos resquemores distributivos que todavía hoy abren grietas en nuestra sociedad.
Además, el título de gobernador de Salta era delegado por el cabildo salteño que, de algún modo, se veía obligado a hacerlo, dado el enorme poder militar del caudillo. Los hombres más prominentes de esa sociedad estaban dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad para salir del “yugo” que ellos sostenían que significaba Güemes.
«La Muerte de Güemes»
En 1821, Güemes atacó a Tucumán para respaldar a su amigo Juan Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, que temía una invasión de Berbabé Aráoz, gobernador y caudillo Tucumano. Era una guerra civil.
Lo importante es que Güemes estaba fuera de Salta, y la aristocracia salteña entendió que era el momento: le escribieron al general español Pedro Antonio Olañeta, archienemigo del caudillo, para decirle que estaban dispuestos a entregarle la ciudad con tal de que sacara a Güemes. El líder salteño volvió a Salta sin apuro y no tuvo inconveniente en recuperarla.
Olañeta se retiró o, mejor dicho, simuló una retirada: mientras se iba ordenó al coronel José María Valdés (un catalán radicado en Salta al que todos conocían como “Barbarucho”), que se desplazara por terrenos lejanos a todo camino, que atravesara las sierras y que entrara por sorpresa a la ciudad bien avanzada la noche, sin ser detectados. Eran unos 50 hombres, según el relato del general Paz.
Monumento a Güemes en la Ciudad de Salta
Güemes tenía la costumbre de jamás sentar base en la ciudad, donde era claro que no jugaba de local, sino que lo hacía en la campaña, en las afueras, junto a sus gauchos. Pero esa fatídica noche del 7 de junio de 1821 se encontraba en la casa de su hermana y principal alfil político, María Madgalena (a quien todos conocen como “Macacha” Güemes), firmando unos papeles.
Los soldados de Barbarucho, relata Paz, llegaron sin ser vistos hasta la plaza principal de la ciudad. Un guardia del caudillo pasó por allí (vale señalar que la oscuridad era casi total en esa época) y los invasores le gritaron “¿quién vive?”, a lo que el muchacho respondió con el santo y seña convenido: “¡La Patria!”. Pero los hombres le dispararon.
Los tiros alertaron a Güemes que, a pesar de que nunca iba al frente del combate por las razones de salud ya señaladas, salió presuroso hacia ese lugar, montando en su caballo y acompañado por unos pocos hombres. En una calle cercana encontraron a los intrusos, que los estaban esperando armados.
Güemes y los suyos giraron rápidamente para iniciar la retirada, pero comenzaron los disparos y uno de ellos le dio “en el cuadril”, según Paz. Por suerte para él, no cayó del caballo, que enfiló asustado hacia el campo.
Lo llevaron gravemente herido a un bosque cercano donde se resguardaron y le dieron los primeros auxilios, muy precarios en ese entonces. Y luego lo llevaron hacia la Cañada de la Horqueta. Su gente fue a buscar al doctor Antonio Castellanos, quien era su enemigo personal, pero aún así intentó salvarlo. Cuentan también que dos oficiales españoles fueron a verlo y le ofrecieron llevarlo a Buenos Aires para ser tratado de urgencia. Pero se rehusó.
Las crónicas dicen que, acompañado por su fiel hermana Macacha, hizo llamar a sus oficiales y les hizo prometer que nunca aceptarían ningún trato con los españoles, abrazando la causa de la independencia nacional.
El 17 de junio, diez días después de haber sido herido, Güemes falleció a los 36 años de edad.
Olañeta logró tomar la ciudad de Salta, pero duró poco allí. Intentó congraciarse con la gente para convertirse en una especie de nuevo Güemes, pero solo recibió un trato hostil. Pocas semanas después, Jorge Enrique Vidt, amigo del caudillo fallecido, recuperó la capital salteña, dando por finalizada la última invasión realista en esas tierras.
UNO MÁS: LA HISTORIA DEL BARCO CAPTURADO A CABALLO
Se había contado anteriormente que Güemes fue protagonista de un hecho prácticamente inédito en la historia militar: logró capturar, a caballo, un barco inglés. A decir verdad, no es mucho lo que se sabe, pero esto es lo que se puede rescatar de este hecho.
Era 1806. Martín Miguel de Güemes, que formaba parte de la infantería salteña, estaba en Buenos Aires defendiendo a la ciudad de la primera invasión de los ingleses, ahora como parte de la caballería. Tenía 20 años de edad.
Los ingleses desembarcaron en Buenos Aires y tomaron posesión de la ciudad por 46 días, durante los cuales la aldea a orillas del río fue colonia de la corona británica. Finalmente, se logró la Reconquista gracias a las acciones lideradas por Santiago de Liniers y a la sublevación de los habitantes porteños.
Cuentan las crónicas que el 12 de agosto una de las embarcaciones inglesas, el Justine, quedó encallado en el lecho durante una de las habituales bajadas del Río de la Plata. Güemes, que estaba bajo las órdenes de Juna Martín de Pueyrredón en el Fijo de Caballería, aprovechó la oportunidad y junto a un grupo de jinetes asaltó la embarcación, tomando posesión de ella en poco tiempo.
Según los expertos, es considerado un hecho sin precedentes, del cual se van a cumplir en breve 118 años, y que marcó un promisorio inicio para la carrera de aquel joven salteño que empezaba a hacer historia.
Fuente de la Información: Newsweek