Un día como hoy
15/02/2021. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
14 de Febrero de 1952, se registró Zamba de la Candelaria, una obra folclórica con música de Eduardo Faul y letra de Jaime Dávalos. A continuación el origen de este hermoso tema del cancionero popular.
Este tema musical podría decirse que cuanta solo su nacimiento ya que esta expresado en su misma letra; una zamba que nació una tarde de esas que se emparentan con el alba, despertando presurosa en el hogar del Poncho Marrupe; su vieja casa de la finca La Candelaria, un paraje del bellísimo Valle de Lerma, naciendo tejida la zamba entre algarrobos, tuscas y sauzales; donde en la umbría del monte se oye el moroso canto del zorzal en contrapunto con el rítmico lamento del crespín.
El autor nos cuenta en primer apersona como nació la zamba:
“…En este entorno de arrebol cobijados por la hospitalidad frondosa del Poncho Marrupe, nos reuníamos 'los locos', título nobiliario con que la gente convencional distinguía tradicionalmente a los Dávalos y con qué excomulgó a todo ser que hubiera resuelto vivir auténticamente: desatando el indio que todos llevamos puesto; haciéndose 'la rabona' de los moldes rígidos que proponen los descubridores del agujero del mate; gozando la dolce vita, el happening, que al fin de cuentas no son más que nombres nuevos de viejas actitudes mágicas del hombre para espantar la mala suerte y promover la felicidad representándola. Hoy como ayer la juventud es loca... ¡Dios nos libre de que sea de otra manera! "
"Nuestro Poncho auspiciaba guitarreadas amistosas, sostenidas hasta el último canto del gallo y más allá, si la sed de los 'quemadores' no amainaba. Salta sobrevivía los últimos esplendores de la moneda en la generosa disposición para el agasajo que tenía la gente. Todavía el oro de un 'canario' estaba respaldado por el de las minas, y si uno cometía la 'restacuerada' de sacar un billete de cien corría el riesgo de ser aplastado por la multitud. A Marrupe no le faltaban novillos gordos y voluntad para un aparte si se ofrecía carnear para hacer una güatiada, y remendar los estómagos sin fondo de la poesía o la música, mientras, sábado a sábado, los amigos le ayudaran a sobrellevar el tedio de la vida y la angustia de los atardeceres en el campo, ese crimen horizontal del día."
"Somos nuestro antepasado. Los antiguos, que no tomaban tan superficialmente ningún hecho por simple que pareciera, veían en el crepúsculo la partida del sol con la pavorosa sospecha de que pudiese no volver más. Los días con su fugacidad tentaban el corazón a ver en ellos una representación, un aviso de los dioses, queriéndonos alertar contra la ilusión ingenua de eternidad con que suele embriagarnos la luz del pleno día. Tal vez nosotros, en nuestras cacharpayas, estamos repitiendo inconscientemente un acto religioso, viejo como nuestra sangre. Cuando encendemos el fuego del fogón criollo, estamos encendiendo el mismo fuego en que se calentaron las manos los artífices del sílice y el hueso, o ante el que bailaron para encantar al sol los sacerdotes del incario. En una de esas cacharpayas, de esas despedidas tradicionales, nació la música de esta zamba. Sin saberlo, con ella Poncho Marrupe, Eduardo y Arturo se despedían de la edad de oro de la sangre, cuando el canto es un hacer comunitario en el que sin prevenciones inhibitorias, se unen los hombres a través de siglos de intemperie y olvido."
"Yo no había concurrido aquella vez a la fiesta. Era un ser hosco, melancólico y hasta molesto por mi afán de llevarlo todo a la prueba del absoluto. Eduardo y Arturo llegaron amanecidos a mi habitación, me zamarrearon, me sacaron el colchón a tirones -yo seguía durmiendo-, ya de marido de mi colchón. Al fin me despertaron y cuando me 'salamerió' Arturo (ese gran corazón) como para que le disculpara la violencia del método, nos fuimos al fondo de la casa, al cuarto de planchar, ése que siempre huele a trapo quemado, y ahí, sobre un papel de estraza que Hernán, mi hermano menor, había traído envueltas unas rodajas de mortadela y pan, borroneé los primeros versos de la letra de aquella canción en que también nosotros nos construíamos con los ojos mojados de llanto y cantando hasta que guitarras, voces, brindis, apretones de manos, abrazos y besos..., la embriaguez ancestral de la fraternidad, demolieran los tímpanos, el silencio, los muros del cuartucho."
"La canción corrió hacia el pueblo cargada con la fuerza de lo que en ella apenas pudimos balbucir. Anduvo en boliches, peñas, despedidas y churrasqueadas visitando la reunión humana, en busca de bocas que le digan como una fórmula mágica para crear comunicación. Yo estaba en los Valles Calchaquíes, trabajando con mi amigo Juan José Coll una finquita en que pensábamos poner viñas. Un día me llega una carta de Falú: me pide que registre la canción, que le corrija la segunda estrofa porque en ella lo nombró a Marrupe y éste dice que 'le estamos haciendo fama de fiestero' en todo el país. Ante mi silencio, Eduardo Falú, que quiere grabarla, le cambia la segunda copla y le pone:
La acunaron esos ríos...
que murmuran al pasar,
y el viento de los inviernos
le dio la tristeza que la hace llorar.
Disculpen, lectores amigos, sólo estoy haciendo crónica, cosas que pasaron digo, sin pretensión de hacer literatura y con la cordial intención de crearles un clima para oírlo a Eduardo decir la Zamba de La Candelaria…".
(Jaime Dávalos, Cancionero, 1980.)
Nota: Si bien Jaime Dávalos no recita la copla original en la que nombra a Marrupe, existe una grabación de Los Chalchaleros en la que cantan la letra original. Resulta evidente que Jaime Dávalos no quiso cambiar la copla original, sin embargo el hecho de que en todos los cancioneros figure la versión con la copla cambiada hace pensar que finalmente se registró de esta manera, y probablemente lo hizo Falú como co-autor. También debe tenerse en cuenta que Los Chalchaleros eran asiduos concurrentes a esas reuniones y probablemente allí aprendieron la letra original, de modo que al grabarla la cantaron como la sabían. Además era usual que las letras se aprendieran "de oído", y es conocido el cambio hecho por Los Chalchaleros a la zamba Angélica ("tu pelo" en vez de "tu velo"), que habían copiado de una versión de Los Quilla Huasi, o en A qué volver, tomada de una versión de Falú, donde cambian "para que duela tu ausencia" por "para que muera tu ausencia". Entonces para quienes no hayan escuchado la versión original de la Zamba de La Candelaria, aquí va la segunda copla.
En lo de Poncho Marrupe...
déle tomar y obligar,
se nos va alegrando el vino
cantando esta zamba, La Candelaria.
De la estancia salteña llamada "La Candelaria" salieron grandes músicos como el propio Falú o Juan Carlos Moreno, la voz grave de Los Fronterizos. Y de ella nos habla el poeta Jaime Dávalos con unos hermosos versos en los que, una vez más, el cosmos toma forma humana y el cuerpo de la mujer amada se integra en el universo. Es ésta una zamba del atardecer, que es ese momento cuaresmal del día, en el que al morir el sol cual si fuera un ser humano, el universo parece más cercano que nunca del hombre. Por eso, cuando la noche madura y acepta la muerte del sol, se ha de alegrar el camino, sabedor de que amanecerá un nuevo día. Y esta zamba hay que saborearla, como un buen cognac en su copa templada, en la guitarra y en la voz de su autor, ese árabe acriollado que se llama Eduardo Falú, que vio la luz un día de 1923 en la localidad salteña de El Galpón.
Por cierto, Los Chalchaleros en sus grabaciones de esta zamba allá por los años 60, cambiaron totalmente la segunda estrofa por otra que no venía nada a cuento y que más que de Jaime, parece obra de su primo, Dicky Dávalos.
ZAMBA DE LA CANDELARIA
Letra: Jaime Dávalos
Música: Eduardo Falú
Nació esta zamba en la tarde,
cerrando ya la oración,
cuando la luna lloraba,
astillas de plata, la muerte del sol.
La acunaron esos ríos,
que murmuran al pasar
y el viento de los inviernos
le dio la tristeza que la hace llorar.
Cuando madure la noche,
zumo de mi soledad,
se ha de alegrar el camino,
zambita nochera: la candelaria.
Que se duerma la guitarra,
hueca de voces que van
sacando a flor de la tierra,
recuerdos queridos que no volverán.
Zamba de la Candelaria,
que cuando amanezca irás
rejuntando estrellas altas:
los ojos que me hacen a mi trasnochar
Por Juan Wayar