Una serie para reflexionar
18/02/2014. Análisis y Reflexiones > Otros Análisis
"El patrón del mal" un relato intrínseco sobre el narcotráfico y su incidencia en la vida de una nación.
En un canal de la televisión abierta, están pasando la serie colombiana “El Patrón del Mal”, cuyos episodios se remontan a la época en la que el Cartel de Medellín puso en vilo a toda la sociedad y, por cierto, al sistema político de Colombia. En los diferentes capítulos -en los cuales se intercalan imágenes de la realidad- se pueden observar varios hechos que ameritan ser comentados.
Por una parte, la impotencia del estado colombiano de aquel entonces, en que como toda arma para combatir el narcotráfico, amenazaba con extraditar a los Estados Unidos -principal consumidor mundial de cocaína– a los integrantes de los carteles de la droga. También se avizoran los notables vínculos entre el poder y los carteles particularmente con el Cartel de Cali, que en esa ocasión se mostraba más como un “socio cooperador” del Estado que como una organización mafiosa que fue lo que en realidad era.
En 1994, poco tiempo después de la muerte de Pablo Escobar, el periodista Luis Cañón publicó por editorial Planeta, el libro “El Patrón. Vida y muerte de Pablo Escobar”, que muestra en forma descarnada no sólo la realidad colombiana de principios de los noventa, sino también el rostro siniestro de las organizaciones criminales que asolaron ese país. Dos años más tarde, en base a los relatos que le hicieron sus amigos Maruja Pachón y Alberto Villamizar, sobre el secuestro de la primera, Gabriel García Márquez escribió: “Noticias de un secuestro”, en donde profundiza sobre el colapso del estado para contrarrestar a sus enemigos letales de aquel momento: el narcotráfico, los paramilitares, y la guerrilla agazapada y activa de las FARC en el Guaviare.
Pero volviendo a la serie, es necesario enterar a quien lea estas líneas, que para poder haber alcanzado el raiting que tiene en nuestro país y antes en Colombia y otras naciones latinoamericanas, que los productores debieron negociar “edulcorarla” y así se sustituyeron nombres claves tales como el ficticio presidente “De la Cruz”, que en realidad era el presidente real: Virgilio Barco Vargas; como también el de la viuda de Pablo Escobar, cuyo nombre no es Patricia sino Victoria Henao Cano, o el Carlos Ledher, -actualmente preso en los Estados Unidos- por el nombre de fantasía Marcos Gelbert.
En otros casos, se sustituyeron los hechos reales, tales como el que relata el fusilamiento de los jueces de la Corte de Justicia de Colombia, en los cuales participó activamente Vera Grabe Loewenherz, en aquel tiempo miembro del Movimiento insurgente M 19 (Movimiento 19 de Abril), quien luego de la desmovilización militarizada del grupo, se sumó como miembro del congreso colombiano, como integrante del partido Alianza Democrática M 19, posteriormente fue candidata a la vicepresidencia de la república. Por cierto, no aparece en las imágenes, ni es nombrada en la serie.
Pero más allá de esas circunstancias, de la ferocidad del aparato criminal montado por Escobar, lo que queda al descubierto es la improvisación y la liviandad, con la que al principio las instituciones colombianas tomaron el asunto, como también las diferentes complicaciones e implicancias, el aletargamiento y la demora en decisiones cruciales para logar eficacia en una lucha que en un momento puso en vilo la propia subsistencia del estado colombiano. No obstante ello, debe destacarse la cruzada de don Guillermo Cano, quien desde las páginas del “Espectador” pagó con su propia vida la elocuente descripción de la verdad de lo que realmente sucedía en todos los órdenes.
Se puede ver la flaqueza, la permeabilidad y la venalidad de las fuerzas encargadas de la lucha contra los carteles; la complicidad del aparato de inteligencia con el Cartel de Cali, y la inmolación de jueces que en soledad sucumbieron ante las fauces ominosas de la violencia. Se observa que el narcotráfico asumió roles de inclusión que le corresponden al Estado, y que, poco a poco, fue socavando sus bases, puso en duda su eficacia, y fue demoliendo la paz indispensable para la convivencia democrática. Se aprovechó de las instituciones y financió campañas políticas: no debe olvidarse que el propio Escobar tuvo su banca de diputado. Tampoco aparece en la serie el asesinato del propio abogado de Escobar, Guido Parra, junto a su hijo, víctima de los “Pepes”, que eran la organización paramilitar cuya denominación se debe a “Perseguidos por Pablo Escobar”, el mismo grupo que entregó a Escobar Gaviria para que fuese asesinado mientras huía de sus captores.
La historia de las naciones es irrepetible, le es propia a cada una; la idiosincrasia, las costumbres, los hábitos son de cada una y son intransferibles, pero sirven para la reflexión, porque el narcotráfico, sus tentáculos, y ramificaciones no conocen fronteras, patrones ni códigos, es intrínsecamente la negación de la ética republicana, y el enemigo letal del Estado y sus instituciones republicanas, es el gran corruptor que medra sobre la indigencia y las necesidades humanas. Tal vez más allá de algunas anécdotas simpáticas, de acentos particulares y de palabras que nos suenan jocosas, los actores de esa serie nos muestren magistralmente el drama que vivió y asoló a Colombia, pero que para nada le es ajeno. Tal vez deberíamos estar atentos al mensaje que conlleva la serie…